Los verificadores de la astracanada

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

25 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Podría ser una comedia bufa, al estilo de las que factura Álex de la Iglesia, la representación de una pieza de Ionesco adscrita al teatro del absurdo, un esperpento valleinclanesco y hasta una convincente secuela del Torrente de Santiago Segura. Pero la definición que mejor le cuadra al espectáculo ofrecido por Ram Manikkalingam y Ronnie Kasrils, más conocidos como «los verificadores», es, a mi juicio, la de astracanada. En el astracán, genial invento del dramaturgo Pedro Muñoz Seca, la verosimilitud del argumento es lo de menos. Se trata de teatralizar la realidad usando las situaciones disparatadas, el juego tosco con las palabras y la deformación cómica del lenguaje. La Real Academia, escueta y precisa, define la astracanada como una «farsa teatral disparatada y chabacana».

Y, en efecto, pocas situaciones casan mejor con esa descripción que la protagonizada por un sonriente y alopécico esrilanqués, un orondo y circunspecto sudafricano, dos vascos disfrazados de terroristas y un quinto que lo graba todo manejando la cámara sin quitarse la capucha. Que solo faltaba allí Chiquito de la Calzada. Los cuatro actores posan delante de una mesita con unas bolsas, tres pistolas, cien balas y una escopeta. Nadie toca nada para no desordenar el altar. Uno de los nazarenos le pasa un papel al esrilanqués. Manikkalingam y Kasrils leen la cartita al alimón. Asienten con gesto grave y plantan su firma. Los malos recogen su mercancía del todo a cien, la meten en un caja de cartón, la cierran con papel celo y se la llevan de vuelta. «Os prometemos que no las usamos más», dicen en el último momento, antes de hacer mutis con su paquetón a cuestas. Fin de la gilipolluá, que dirían Tip y Coll.

No se sabe si a los verificadores les dieron dinero para un taxi, pero ni una copia de la obra les dejaron a Manikkalingam y Kasrils, que cobraron, eso sí, 750 euros por cada día de rodaje, más que muchos actores españoles. Y, para completar la astracanada, la pieza se estrena en la BBC, que en la sinopsis no se refiere a los de la capucha como terroristas, sino como «militantes enmascarados del grupo separatista vasco ETA». Solo faltó que el lendakari Urkullu, además de darles las gracias, les entregara a los verificadores un oskar de la Academia vasca por su genial interpretación, antes de que se marcharan a perpetrar nuevas astracanadas por el mundo.

Frente a semejante ataque de estulticia colectiva, lo único inteligente sobre el final de ETA en los últimos días lo ha dicho Teo Uriarte, impulsor de la Fundación para la Libertad, que algo sabe de esto por haber sido miembro de la banda. «La garantía del final de ETA es que no exista final». Así es. El empeño en conseguir un final rotundo, solemne y ordenado, incluso el insistir en que haya una entrega oficial de armas, es legitimar el discurso de unos terroristas ya derrotados. Que la policía busque el arsenal y detenga al que lo tenga. Lo demás es dar de comer al astracán.