¿Qué pinta la UE en el desastre de Ucrania?

OPINIÓN

22 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Carentes de una política exterior y de seguridad común, y de una diplomacia que la ejecute, a los europeos nos dio por ir de chulitos a todas partes, dando lecciones de ética y democracia, y considerando que solo está bien lo que más nos conviene. Por eso nos sentimos capacitados para otorgar patente de alternativa a todas las rebeliones que surgen en nuestro entorno, y para actuar como si todos los sistemas perdiesen su legitimidad tan pronto como sus opositores obtienen la bendición de Bruselas. Así sucedió en Libia y Siria, convertidas en horrendos y caóticos escenarios de crímenes e injusticias mucho peores que las dictaduras precedentes. Y así sucede en Ucrania, a la que, haciendo gala de una cruel irresponsabilidad, hemos orientado hacia la guerra civil.

El método que empleamos es siempre el mismo. Deseosos de aumentar nuestra influencia económica y política, comprándola en las rebajas, empezamos por jalear y apoyar a los opositores que surjan contra cualquier dictador no aliado, sin antes preguntarnos quiénes son, quién los une y qué intereses representan. El segundo paso es deslegitimar al tirano a causa de la escandalosa represión que ejerce contra un pueblo que, de forma astuta, identificamos con los insurrectos. Finalmente, cuando todo es un caos y el tirano no dimite, nos entra el canguelo, nos negamos a armar a los rebeldes -porque entre ellos «se han infiltrado terroristas y fundamentalistas»-, y los dejamos a merced de la represión, con la nación destruida, la economía parada y la injusticia rampante.

Es lo mismo que hemos conseguido en Irak y Afganistán con nuestras alianzas bélicas. Y lo mismo que hemos montado en Egipto jaleando la caída de Mubarak y apoyando un golpe militar protagonizado por un doble de Mubarak. Porque al no tener política exterior, y al cambalachear con Estados Unidos para controlar o saquear lo que haga falta, no sabemos desarrollar las democracias y las economías atrasadas, y nunca podemos terminar con esmero los cuadros que empezamos. Las cosas se complican mucho cuando, sin más argumentos que nuestra pretendida superioridad ética y política, ninguneamos a Rusia y nos metemos en sus propias narices. Porque estas macanas no sirven para esparruñar en Osetia, Siria o Ucrania, donde Putin interviene, rearma y amenaza con todo descaro, y donde quedan al descubierto las miserias de nuestra diplomacia. ¿Y por qué fracasamos de manera tan estrepitosa? Pues en realidad no fracasamos, porque, en el contexto de la indecencia histórica con la que siempre hemos actuado, acabamos de descubrir que a la hora de dominar el mundo vale lo mismo sembrar el caos entre los vecinos que conquistarlos, y que también es más barato y menos comprometido. Por eso Ucrania va al desastre. Porque todas las democracias avanzadas se orientan por el ombligo.