No hay mentiras, solo muertos

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

18 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En esta historia inhumana de la inmigración subsahariana a Europa, su Comisión y su Parlamento desarrollan políticas que dejan bastante que desear desde el punto de los derechos humanos y de las políticas de cooperación con los países de origen, donde los intereses europeos se dejan al albur de las fuerzas económicas y poderes industriales y financieros, que en su trato con el Tercer Mundo apenas han evolucionado desde el esclavismo y las tratas de negros.

Primero se comerció con las personas en aras de las grandes producciones en América, para posteriormente y ante los costes del colonialismo y los movimientos independentistas -autónomos o inducidos-, con las luchas tribales, el expolio de los recursos y un esclavismo autóctono. En cualquier caso, miseria y pobreza. Tal que la de países europeos en los siglos XVIII al XX, con la diferencia de repoblar entonces países emergentes de América.

La emigración subsahariana es una de las secuelas de todas esas políticas e intereses, y el sur de Europa (España e Italia), el portalón mayoritario de entrada.

La tensión latente y continua en la frontera de Marruecos por la llegada de subsaharianos con deseos de Europa se controla con alambradas, cuchillas en ellas y un gran despliegue de fuerzas policiales.

Aun así la tensión y el conflicto se mantiene o se agrava. Hasta el extremo de que día sí, día también, hay violencia y comportamientos paralegales en la devolución de aquellos subsaharianos que más se acercan a la tierra prometida.

Es conocido que, dada la situación en África y con las actuales políticas e intereses empresariales y financieros, el problema de la inmigración persistirá. En el sur seguirán el portalón y los guardias de Europa. Lampedusa antes, ahora la playa de El Tarajal en Ceuta, son tragedias humanas de dimensión mediática, donde afloran las mentiras y la inmoralidad de los Gobiernos.

Cuando la tragedia se evidencia, primero se impone la mentira o la verdad adulterada. Aunque tengamos quince muertos. Cuando la evidencia aflora se editan las imágenes y se rehace la mentira con verdades oscuras, al estilo De Cospedal.

Pero entretanto, aun acreditada la mentira, nadie de los que mienten cesa. Niegan. Ni quienes alardean de criterios morales en la defensa de la vida, del no nacido, hablan.

En las hipotéticas creencias de las que alardean el ministro Fernández y el ministro Gallardón, la mentira es un pecado y la vida, aunque sean negros, es derecho incuestionable. Quien por acción de una mala instrucción para cortar por lo sano tiene la responsabilidad política de las acciones que llevan a esas muertes, y además oculta la verdad, debe asumir su responsabilidad e irse. Aunque la vicepresidenta escurra el bulto. Y el ministro de Justicia tiene que dar instrucciones a la Fiscalía para que impulse la investigación de esas muertes. Porque si no, con su silencio, esa defensa de la vida de la que alardea se reduce a la de quienes no han nacido. En ese caso también negros. Se supone.