La visión del PP como un meteorito

OPINIÓN

02 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Los estrategas del PSOE estaban convencidos de que mediada la legislatura el pobre Rajoy solo sería un cadáver con zapatos. Y a esa convicción les llevaba un dilema que parecía apodíctico: si opta por la demagogia y la huida hacia delante lo derribarán el caos económico y la quiebra del país; y si opta por el ajuste duro y la devaluación interna no podrá sobrevivir a la indignación popular y al paro desbocado. Pero la verdad es que no ha sucedido ni una cosa ni la otra, y que, tras haber apostado todo su capital al desastre inevitable, es el PSOE el que empieza a ponerse nervioso, y el que quiere matar el partido con dos cañones que suelen disparar por la culata.

El primero es el que, en vez de ganar las elecciones, quiere ganar las encuestas. Y el segundo es el que, en vez de estar servido y disparado por buenos y profesionales artilleros, utiliza tropa de casa, que, aprovechando algunas sonadas deserciones hacia la ultraderecha, comparan al PP con la UCD y lo ponen al borde de la desintegración y del abismo.

Pero la dura verdad es que, a pesar de tener muchos y variados problemas, el PP no ofrece síntomas de fragilidad o descomposición. Su discurso es plomizo, mal argumentado, insensible a lo social, antiguo en su forma, centralista, neoliberal y antiestético. Pero también es el único programa que está operativo en Europa, y que resulta, a día de hoy, estrictamente necesario. Y frente a ese discurso solo compite un caos ideológico aterrador, una burda confusión de los deseos con la realidad, y una serie de manifestaciones que, pegadas estrechamente a la indignación, suenan a pura utopía.

También es verdad que este PP de Rajoy tiene que soportar un liderazgo anodino y pasota, que incluso en los asuntos económicos, donde aplica a pies juntillas las recetas de Europa, se pierde con frecuencia en una letanía infantil y simplista. Pero en un momento de crisis generalizada, que descolocó gravemente a la mayoría de los actores políticos, algunas de estas debilidades funcionan como fortalezas, mientras las históricas fortalezas del PSOE funcionan como debilidades patentes. El PP solo puede estrellarse si lo hace tan mal que obligue a los ciudadanos a optar por el caos al grito de «salga el Sol por Antequera»; o si lo hace tan bien que todos empecemos a pensar que la tarta ya está cocida y que llegó la hora de repartirla. Y en ninguna de esas opciones significan nada las biografías ya amortizadas de Vidal-Quadras, Mayor Oreja, María San Gil y Ortega Lara, y mucho menos el histrionismo lamentable de Aznar, por el que ya no apuesta ni la señora Le Pen.

Como muy bien dijo Arzalluz, lo que está soltando el PP es pura grasa. Y por eso haría bien Rubalcaba si, en vez de convencernos de que el PP es un meteorito a punto de desintegrarse, hiciese algo serio para ganar las elecciones.