Cataluña: ¿choque de trenes? ¿De qué trenes?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

29 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La metáfora del choque de trenes es la argucia argumental preferida por todas aquellas gentes que autoubicadas en una izquierda feliz se niegan a tomar partido, con la claridad que la situación exige, entre un Gobierno que defiende el orden de legalidad que se deriva de la Constitución -y, con él, el mantenimiento de la pluralidad interna catalana- y una ofensiva soberanista que tiene por objetivo acabar con la segunda y pasarse el primero por el arco del triunfo.

Según esa metáfora, tan timorata como falsa, habría en el problema planteado por el secesionismo catalán dos protagonistas, de responsabilidad equivalente, que conducirían sus trenes (es decir, sus políticas) hacia un choque inevitable: Rajoy, por un lado, y Mas, por otro.

Es suficiente con analizar el problema sin prejuicios -los que nacen del sectarismo partidista o de esa típica cobardía de muchos intelectuales, que consideran que tomar partido es una actitud poco reflexiva, dado que todo es siempre «muy complejo»- para constatar una evidencia: que Rajoy sigue la política que seguirían, de estar en su lugar, la práctica totalidad de los líderes europeos, fueran de derechas o de izquierdas; y que Mas, en contraste, mantiene un desafío a la Constitución y a la convivencia en Cataluña que resulta insólito en las democracias con las que nos gusta compararnos.

No, no hay choque de trenes por la sencillísima razón de que no puede haberlo cuando por la vía no circula más que uno: el que Mas conduce, desbocado, hacia el abismo, consciente desde hace mucho tiempo de que su apuesta soberanista está condenada al fracaso más absoluto, pues tiene enfrente, políticamente, a los dos grandes partidos españoles, y jurídicamente, las leyes y la Constitución.

A Mas, por tanto, para decirlo con toda claridad, ya solo le queda ser Companys, el presidente de la Generalitat que se sublevó contra el legítimo Gobierno de la República a finales de 1934.

Hay que confiar en que Mas no perderá completamente la chaveta y que no se lanzará por una pendiente que colocaría al país en una situación de insuperable gravedad. Pero si tal despropósito viniera, no tengo dudas de que muchos presuntos intelectuales de una presunta izquierda seguirían con la majadería del choque de trenes o con esa otra a la que tanto gusto le ha cogido Rubalcaba: la de los separadores (el PP) y los separatistas (CiU y ERC) en medio de los cuales estaría un virtuoso Partido Socialista. Insistir en ello es sencillamente una indecencia, pues Rubalcaba sabe, como nadie, que en Cataluña no hay más separatistas que los separadores ni más separadores que los separatistas y que unos y otros son los mismos: los que conducen el tren de la secesión para llegar a la estación de una Cataluña monolítica controlada por y para los nacionalistas.