Como Fuenteovejuna, pero al revés

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

27 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hubo un tiempo en que ser de origen catalán era motivo de admiración por parte de los demás ciudadanos españoles. Decían «soy catalán» e infundía tal afirmación inusitado respeto en la acomplejada España (no catalana, claro está). Acomplejada antes y ahora: hecha jirones, doblada, torcida. País que esconde su bandera y que no la coloca masivamente en los balcones ni cuando su selección, gol del barcelonista Andrés Iniesta, es campeona del mundo por primera vez en su historia. País que se avergüenza de ser lo que es, como si la españolidad fuese perjurio. Hubo un tiempo en que de tanto dar (dinero) al Mediterráneo, las carreteras de Galicia eran calzadas; los edificios, ladrillo con costuras al bies; los coches, enlatados y descoloridos.

No quedan lejos aquellos tiempos, aunque lo parezca. Salíamos de cuarenta años de horror y se abrían los días, como mar de luz con palomas, en medio del horizonte.

Hoy no es lo mismo. Galicia no ha pedido ni un euro al Estado (Fondo de Liquidez Autonómica); Cataluña sí lo ha hecho y, además, ha pedido miles de millones. La han arruinado. Pero no en lo económico, que también, sino en lo moral. Arruinaron la marca Cataluña y eso tardarán décadas en recuperarlo. Ahora dices «soy catalán» y ya nadie se admira, excepto algunos catalanes. Catalán y Cataluña son nombres empobrecidos.

Hay otros, y de ellos hablaré otro día: orden, jerarquía, honor, educación. Este lunes me desconsuela la premonición de que nuestra tierra -reseca historia, Blas de Otero, que nos abraza- hace lo posible por hundirse.

Como Fuenteovejuna, pero al revés.