Los estudiantes, unos vagos. ¡Vaya hombre!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

26 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando los críticos con el disparatado Plan Bolonia y lo que él ha traído de la mano planteamos nuestro radical desacuerdo con el nuevo calendario escolar, que no deja a lo estudiantes universitarios más que un mes de vacaciones (los exámenes acaban en julio y en septiembre empieza el curso), es frecuente oír un argumento que, a poco que se piense, resulta tan peregrino como gran parte de los que manejan los defensores de la locura boloñesa en la que, sin comerlo ni beberlo profesores y estudiantes, nos han metido las autoridades políticas y académicas.

¿El argumento? Es fácil: que los alumnos universitarios no tienen por qué ser unos privilegiados y deben asumir en consecuencia un horario laboral similar al de cualquier trabajador. El argumento encierra o un manifiesto desconocimiento o una manifiesta mala fe. Sí, desconocimiento o mala fe, porque solo desde el uno o desde la otra es posible ignorar dos hechos evidentes: el primero y principal, que la inmensa mayoría de los estudiantes de nuestras universidades trabajan mucho más de 40 horas semanales; el segundo, que un universitario que se quiera preparar de una forma integral, que es lo que acontece en las mejores universidades del planeta, debe leer, discutir, hacer deporte o ir al cine y al teatro, y que todo eso forma parte, también, de su jornada formativa. Con el sinsentido boloñés de las 5, 6 o 7 asignaturas semestrales es frecuente que un alumno tenga entre 25 y 30 horas de clase semanales, cuando no más, a las que hay que sumar luego las de estudio, que en gran parte de las titulaciones no pueden bajar de 3 o 4 cada día, que pueden ser 7 u 8 los fines de semana, y entre 12 y 14 en épocas de exámenes.

Basta, por tanto, echar la cuenta para constatar que nuestros estudiantes (no todos, desde luego, pero sí muchos más de los que la gente cree) superan de media, muy de largo, las 40 horas semanales de trabajo y lo hacen con la particularidad de que ese trabajo no les garantiza de manera automática el éxito seguro en sus exámenes.

Hay, sin embargo, una gran parte de la sociedad que cree que la inmensa mayoría de nuestros estudiantes son unos gandules, que es la misma, por cierto, que luego utiliza con plena confianza los servicios de médicos, enfermeras, arquitectos, abogados, ingenieros, farmacéuticos, profesores y funcionarios de todas clases, formados en esas universidades en las que, al parecer, los alumnos se dedican a rascarse la barriga.

Gran misterio que de ellas salgan, sin embargo, profesionales excelentemente preparados. Y ello a pesar de las reformas universitarias, cada una peor que la anterior. Para prevenirme, en todo caso, de malvados, permítanme una aclaración: llevo más de treinta años trabajando y jamás he disfrutado de un mes entero de descanso. Mejor, que no haya duda.