La ingeniería española y el sombrero Panamá

OPINIÓN

13 ene 2014 . Actualizado a las 13:00 h.

Hace unos años, durante una estancia en Italia, tuve la oportunidad de asistir a una mesa redonda en la que se abordaba el estado de las colosales comunicaciones transalpinas entre Italia, Austria, Suiza y Francia. Y fue allí donde escuché decir que el mayor salto en dotaciones infraestructurales de Europa lo estaba dando España, y que ese salto tenía tres componentes básicos que conviene analizar.

El primer factor, decían, fue la UE, que había insuflado recursos económicos con los que España ni siquiera había soñado. Y a este dato le atribuían el 20 % del éxito. El segundo elemento, apuntaban, fue el extraño y discutible consenso generado en España acerca de la absoluta prioridad que tenían las infraestructuras de comunicación y los planes hidrográficos sobre cualquier otra inversión. Y a este factor -muy criticado- le atribuían un 25 % del éxito. Y el tercer factor, concluían, es la extraordinaria calidad de la ingeniería civil española y su simbiosis con las empresas de construcción, sin cuyo conocimiento y audacia sería imposible alcanzar los pasmosos niveles de eficiencia -relación entre costos, plazos y objetivos- que se habían logrado en España. Y a ese factor le asignaban -con admiración confesada- el 55 % del éxito obtenido.

Lo que no sabían ellos es que ese éxito iba a traer, como correlato, estos tres inconvenientes que quiero destacar: que el extraordinario crecimiento de nuestras empresas, en número, tamaño y calidad, iba a convertir España en una cancha insuficiente para tanto éxito; que la masiva intervención sobre el territorio español iba a determinar el modelo de organización, financiación y gestión de las empresas, y a hacer muy difícil su posterior expansión al resto del mundo; y que la crisis -inesperada-, al provocar la urgente necesidad de emigración empresarial, iba a crear inmensas tensiones en el ajuste que era obligado para la internacionalización. Y todo eso -unido a un cierto engolamiento imprudente y consentido- explica que Sacyr ande tocada estos días -en términos muy negativos- por su sombrero Panamá.

Estos son los motivos por los que, aunque la confusión entre los intereses del Estado y de las grandes empresas siempre es un riesgo, y una manchón que debe evitarse en la tan traída y llevada marca España, era absolutamente necesaria la intervención en el conflicto del canal -por una vez y sin que sirva de precedente- de la ministra Ana Pastor. ¿Y para qué? No, desde luego, para arreglarle a Sacyr sus trucos y temeridades. Pero sí para recordar que tanto la ingeniería española como las empresas constructoras en las que se concreta figuran entre lo más granado y seguro del mundo, y que sería un injusto y grave error que este incidente arrojase sobre nosotros la idea de aventurerismo y picaresca con la que muchos nos quieren tiznar.