Primer objetivo cumplido. Los jóvenes españoles disfrutan de la «movilidad exterior» con total naturalidad y gran regocijo. De Galicia se nos han ido 40.000 universitarios en ocho años. Ahora vamos a por el segundo propósito. Que a los que esa movilidad no les parece tan «enriquecedora», como le parece a Cañete, se ajusten a nuestras necesidades. Que trabajen sin mirar el reloj, sin mirar la nómina y donde haga falta. Es decir, que trabajen; que bastante tienen con eso.
Hay que educarlos desde jovencitos. Para que vayan aprendiendo que la vida no es fácil. Lo normal es que no haya trabajo, por mucho que lo diga la Constitución; y si lo hay, que no se cobre. La lección la tienen casi aprendida esa mitad de jóvenes españoles que están dispuestos a aceptar cualquier empleo, en cualquier lugar y con cualquier sueldo. Realismo de juventud, que se llama. Trabajo nos costó, pero ya están casi convencidos.
Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, eso ya lo sabemos, y somos demasiado exigentes. Algunos, además de trabajar, quieren cobrar. Un lujo. Menos mal que la mitad, no. Ahora España va por el buen camino. Nos lo dice el carismático líder y su coro de niños cantores. Ese es el camino.