Las memorias de los expresidentes

OPINIÓN

30 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

John Lennon dejó apuntada una gran frase: «La vida es aquello que sucede mientras nosotros nos ocupamos de otra cosa». Viene a cuento esta mención al músico de Liverpool cuando contabilizamos en las librerías unas cuantas biografías de políticos que tuvieron importantísimos cargos de responsabilidad en los últimos años de democracia. Al leer dichos textos se aprecia una forma distinta de contar lo sucedido. Da la impresión de que, en muchas ocasiones, perdemos el tiempo preocupándonos con nimiedades mientras la vida, para la gran mayoría de los ciudadanos, aún está por llegar. Por eso, tenía razón Marcel Proust cuando afirmaba: «El recuerdo de las cosas pasadas no es necesariamente el recuerdo de las cosas tal y como sucedieron». La reciente presentación de libros de los expresidentes del Gobierno, de los exvicepresidentes, de los exministros y hasta el de un colaborador muy estrecho de un expresidente, nos han servido para constatar las disputas internas, la adopción de las programas de trabajo, o las prioridades personales en el ejercicio del poder que se dispone, por enmarcar algunos de los parámetros comunes. Muchos de los políticos citados parecen estar convencidos de los análisis lineales en la historia. Se muestran seguidores de A. Toynbee, por ejemplo, cuando creen que a una realidad le sigue automáticamente una segunda; y así sucesivamente. Con este razonamiento tan esquemático, personas que fueron presidentes o ministros han ido redactando sus libros de memorias. Y, claro está, ocultan elementos y rasgos básicos que son claves en la conformación de nuestra sociedad. Al punto que en numerosas ocasiones no se explicita con claridad el «juego de presiones», la existencia de varios escenarios alternativos o los distintos márgenes o niveles de autonomía a la hora de la toma de decisiones. De esta forma, las memorias de los ex están relatadas de manera personal e íntima. Responden a percepciones que, incluso, intentan tapar algunas situaciones que requerirían explicaciones adicionales. Supone, entonces, redactar las historias desde posiciones bastantes rígidas y encorsetadas, para no tener que dar más explicaciones que las imprescindibles y necesarias. La mayor parte de los analistas políticos, sociales y económicos rechazan tales métodos de los razonamientos lineales. Es decir, quedaron atrás, para nuestra comprensión de la historia, los análisis de los Rostow, Rifkin, Weber, Mandel... que secuenciaban las etapas de desarrollo o las fases por las que de forma obligada se debería transitar. Cuando leemos las memorias de los ex nos inunda una sensación de que la gran mayoría de ellos utilizan dichos métodos. Se aprecia otra característica común a todos ellos, apenas se han equivocado y que casi nunca dudaron en aplicar las medidas necesarias. Se deja traslucir que solo sus adversarios eran los errados; a los que incluso llegan a delatar como aquellos que no llegaron a comprender sus decisiones o el verdadero alcance de las apuestas y compromisos del momento. Mucho me temo que estamos ante un juego de distorsionar la historia, y que sus deseos radican en rehacer o escorar planteamientos y soluciones a los problemas existentes. Tal es así, que los partidos políticos, cuando sobreviven a los mencionados ex, abordan sus estrategias de manera no-lineal, advirtiendo la complejidad de los factores. Esta capacidad de contar la historia revela que algunos de los ex no estuvieron a la altura de las circunstancias en la medida que ni aún ahora, escritas y editadas sus memorias, siguen sin reflejar lo acontecido, persistiendo en los errores o en las equivocadas interpretaciones del pasado. Muchas veces me he preguntado si existe una obligatoriedad moral de reflejar los años de mandato de un responsable político. La respuesta es variada. La tentación de ajustar cuentas es grande; la vanidad de volver a ponerse en primera línea es asimismo elevada; y la oportunidad de explicar algo que no fue bien interpretado y que se quedaba en el ostracismo, también se incluye entre los motivos para redactar un libro de memorias. Ni Willy Brand, ni Valery Giscard d?Estaing, ni Manuel Azaña, por ejemplo, han podido sucumbir a ellos. Ahora bien, editarlas todas en período navideño, como si fuera una nueva forma de competencia política a la hora de las presentaciones públicas y midiendo las ventas como la principal ratio de apoyo a la propia historia, me parece claramente un completo desaguisado en lo que a la trascendencia histórica se refiere. Menos mal que siempre quedan quienes no lo hacen, y también quienes repiten sus libros de memorias, segunda versión, dándole un nuevo giro; o sea, pidiendo una segunda oportunidad.

Fernando González Laxe es expresidente de la Xunta de Galicia.