Resistir por dignidad

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

09 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Se quejan los que mandan de la resistencia que ofrecen los ciudadanos ante los poderes públicos que usan la crisis para desmontar las conquistas sociales del siglo XX. Las herramientas legislativas de la mayoría parlamentaria se han convertido en algo perversamente controvertido y real más allá de las encuestas del CIS . Muchos de los éxitos logrados por disciplina del voto en el Parlamento y su traslado al BOE para aplicar recortes del gasto público suponen: desigualdad, desprotección, desesperación, desafección hacia los representantes y protestas en las calles.

La pesada cadena de paro, precariedad, pérdida de la cartera de derechos sociales y la falta de confianza en las decisiones de un Gobierno, cada vez lo aleja más, ya no tanto de promesas electorales, como del pensamiento general de la soberanía popular. Y es que la soberanía reside en las Cortes, pero procede del pueblo. La perversión está en cada vez que se legisla contra su voluntad. Lo que se gana en las votaciones del Congreso se pierde en los hogares de los españoles.

Este Gobierno recibe dicterios de la UE, y los atiende, pero, ¿atiende los de las gentes a las que debe servir? La resistencia se generaliza y asusta a la clase política. Para ello, cometen el peor de los errores. Legislan para coartar las manifestaciones del descontento. Lo hacen a riesgo de cercenar los derechos fundamentales. La libertad de expresión, reunión, manifestación y participación. Todo ello, en un vapor irrespirable de corrupción.

Los anteriores responsables aprovechan el mercado navideño para poner en circulación libros donde explican o justifican la deriva del país que condujo a la intervención, más o menos solapada, de las instancias de Bruselas o Estrasburgo. Los actuales mandatarios se retroalimentan con sus propias mentiras, ya sea para anunciar la salida del túnel, o para organizar la lucha por el poder en el partido hegemónico tras la hecatombe del socialismo de la generación ZP.

A la sociedad civil no le dejan más espacio que: exilarse, indignarse o radicalizarse. Mientras, los que recibieron las ayudas tapan sus agujeros o consiguen pingües beneficios a costa del trabajador amaestrado por el miedo.