La quiebra de Detroit también era imposible

OPINIÓN

05 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En la geografía que yo estudié en el Seminario de Belvís -aquella bendita institución que nos salvó a tantos aldeanos del «diferencial de equidad» que denuncia el informe PISA-, había dos imágenes que nos impresionaban sobremanera: las cadenas de montaje de automóviles de la populosa Detroit (Míchigan), y la visiones nocturnas de las siderurgias de Pittsburgh (Pensilvania), asomadas al río Ohio. Eran la mítica encarnación del capitalismo americano, de los obreros industriales de clase media, y de un ideal desarrollista que España no podía ni soñar.

Con esta imagen de mi niñez grabada en la memoria no me puede pasar desapercibido el hecho de que ambas ciudades sean hoy el símbolo global de la crisis, con Detroit sumida en la recesión y en un caos financiero y social de enormes dimensiones, y con Pittsburgh convertida en el ejemplo de cómo un impresionante emporio de riqueza tuvo que reinventarse -desde la tecnología y los servicios- para un teatro económico ya universalizado. En ambos casos se daba una orgullosa concentración de fábricas, museos, universidades, arquitectura de vanguardia, infraestructuras, ornamentación urbana e instituciones culturales (teatros, cines, bibliotecas y grandes orquestas) que evidenciaban el american way of life de unas burguesías refinadas y poderosas que el cine de Hollywood exportaba a la decadente Europa.

Por eso sería bueno que la nube de economistas europeos que desmenuzan con tanto papanatismo y falta de rigor los milagros de Bernanke, los consejos de Krugman, los dogmas del New York Times, y los ríos de dinero con los que la Reserva Federal trata de bajarle la fiebre a la economía americana, comentasen con sinceridad y valentía estos hechos que, lejos de narrar la decadencia de la primera economía del mundo, nos hablan de la imposibilidad de vivir en islas de desarrollo ajenas a la mundialización económica. También llaman nuestra atención sobre algunas medidas de corte monetarista que, siendo tan celebradas aquí, en razón de su comodidad, enseñan su reverso en situaciones sociales y económicas de enorme dramatismo, como si quisiesen recordarnos que la UE todavía sigue siendo el sistema económico y social mejor ordenado e integrado del mundo, por más que nuestro negativismo congénito y nuestro afán de compararnos con todos haya llevado a buena parte de la población a creer que somos unos pobres desgraciados que pasamos mucha hambre y que vamos a morirnos en una sucia cuneta a las puertas de un hospital privatizado para ricos.

A veces se me antoja que la cultura de los flagelantes no murió con la Edad Media y la peste. Y por eso voy a gastar este artículo para recordar que Detroit -como Teruel- también existe, aunque esté lleno de ratas, vagabundos y ruinas. Me refiero a Detroit, claro, porque Teruel está preciosa y no la dejan quebrar.