La política esquizofrénica

OPINIÓN

23 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Ayer por la mañana, sentado en la mesa camilla y con intenso olor a café, estuve escuchando a Rubalcaba, que trataba de mantener viva la ilusión de la reciente conferencia del PSOE. Y todo lo que decía este eterno socialdemócrata me sonaba a gloria bendita, como si en vez de ser un político hablando por la radio fuese Sandro Botticelli pintando otra vez La primavera. El problema surgió cuando se terminó el café y me hice -casi sin querer- la crasa pregunta que jamás se hace el PSOE: ¿Y con qué se paga todo esto? Y fue entonces cuando sentí la misma contradicción que debe afectar estos días a millones de españoles: si fuese jurado en los juegos florales del siglo XIX le daría la corona de laurel al poeta Rubalcaba, y tiraría a la basura los folios toscamente garabateados por el prosista Rajoy. Pero siendo profesor de gestión pública, o empresario, o padre de familia, o funcionario del Estado, o joven en busca de empleo, empezaría a corroerme la duda -«¿Se puede comer la poesía?»- propia de los náufragos de Forges. Y, vista la obviedad de la respuesta, sentí la necesidad de dejar el libro de Rubalcaba para después de la jubilación, y recoger de la papelera la insoportable prosa de Rajoy. Y a eso se le llama esquizofrenia.

Margaret Thatcher, a la que Europa denostó tanto como ahora imita, lo dijo con palabras muy sencillas: «Todo va bien hasta que se acaba el dinero, especialmente el que es de todos». Porque a partir de ahí empieza un infierno en el que el diálogo entre realismo y poesía, al borde de las urnas, acaba siempre con una derecha victoriosa y con la dulce y seductora socialdemocracia recluida en ese limbo de los justos que hasta la Iglesia católica descatalogó de sus tradiciones. Y algo de eso se anuncia -me temo- en el inmediato futuro de España, con unos ciudadanos claramente enfrentados al PP, en el que no parece haber lugar ni para la solidaridad ni para la estética, y con unos votantes (que son los mismos ciudadanos puestos en el trance de decidir) enfrentados a esa socialdemocracia que, cuando se enfrenta a los graves problemas y desajustes políticos y económicos que padecemos, casi siempre nos dice lo mismo: «Vivo sin vivir en mí,/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero».

La crisis de España es eso: que no podemos realizar la utopía social a la que estamos intelectual y psicológicamente enganchados, y que no sabemos aceptar la realidad social y política que una praxis generalizada va construyendo cada día. Y por eso basta con analizar los hechos con algo de agudeza y sinceridad para darnos cuenta de que estamos indignados con lo que hemos votado, y que en modo alguno nos sentimos animados a votar a los que nos hacen discursos inspirados de la A a la Z en nuestra propia indignación. Y eso es una grave enfermedad llamada esquizofrenia.