La crisis de Europa en perspectiva política

OPINIÓN

18 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cada vez hay más europeos que creen que la política, en vez de ser la solución, es el problema. La diatriba más grande -mezcla de crítica, ignorancia y envidia- la llevan los políticos, que ya se han convertido en una casta maldita que encarna todos los vicios, ineptitudes y maldades de nuestro tiempo. Pero también el lenguaje popular se está cargando de una fobia política muy nociva, que hace que a muchos ciudadanos les parezca lógica y venturosa la misma expresión con la que los peores dictadores han legitimado sus actos. «Que se dejen de política y arreglen nuestros problemas», decimos, que es lo que a Franco, Hitler o Mussolini les gustaría escuchar.

Presos de esta inversión de perspectiva, también empiezan a aflorar millones de ciudadanos que piensa que la mejor opción de voto es la que va contra el sistema. Y en ese alocado intento de progresar hacia la regeneración por el caos, las encuestas ya empiezan a detectar una peligrosa tendencia a construir Parlamentos ingobernables. Italia y Grecia ya ensayaron este estúpido camino, y sus actuales intentos de rectificación nos enseñan hasta qué punto es difícil volver el arado al surco. Francia y Portugal también coquetearon con este modelo, aunque su fuerte estabilidad institucional dejó el problema reducido a un utopismo social que complica de forma extraordinaria la acción de los Gobiernos elegidos. Y también España podría estar coqueteando con mezclas difíciles de manejar, en las que las utopías populistas de Cayo Lara y el anarquismo nacionalista de Oriol Junqueras podrían convertirse en socios necesarios de Rubalcaba; o en las que las simplezas victorianas de Rosa Díaz podrían estar llamadas a formar mayoría inevitable con Mas y Rajoy. La experiencia electoral española nos dice que al final siempre nos librarnos de estas tentaciones. Pero no está mal que empecemos a pensar que la sola hipótesis de arreglar la política haciendo antipolítica podría meternos en un enorme berenjenal, y convertir la crisis actual en poco más que un juego de niños.

Claro que donde más se teme la levedad irresponsable del elector europeo es en las inminentes elecciones al Parlamento de Bruselas, en el que pueden acabar sentados, y con escaso control, todos los iluminados, fachas, visionarios, autoritarios, xenófobos y cabreados que pululan por las viejas naciones del continente. Votar al dúo Le Pen-Wilders, al griego Amanecer Dorado, al ultra Vlaams Belang de los flamencos, o a la racista Liga Norte, es un derecho que asiste a cualquier europeo, como también lo es en España votar a Bildu, a los secesionistas y a los que solo se sienten orgullosos de España en tiempo pretérito. Es un derecho, repito, pero no es una buena idea ni un buen enfoque del problema. Y no nos vendría mal reflexionar sobre esto, porque aún estamos a tiempo.