Franquismo, ni represalia ni exaltación

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

02 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Parece una maldición. El franquismo no se resigna a morir ni a desaparecer de nuestras vidas, por mucho que pase el tiempo y la primera generación de la democracia haya sellado un pacto de reconciliación. Todos tenemos en la memoria los intentos del juez Garzón de abrir una causa general contra aquel régimen, aunque sus máximos responsables hubiesen fallecido. También cayeron en esa tentación los Gobiernos de Zapatero, en su empeño de conectar la legalidad actual con la legalidad de la Segunda República. Todo se saldó con la ley de la memoria histórica, que intentó cerrar heridas pero no lo ha conseguido.

Ahora, por uno de esos frecuentes y caprichosos azares de la actualidad, varias noticias nos hacen volver a la memoria más negativa del régimen de Franco. Por una parte, las iniciativas argentinas de juzgar a responsables de persecuciones y torturas. Se cita concretamente a algunos policías, entre los que destaca Billy el Niño, de atormentada memoria para quienes sufrieron sus afectuosos tratos. Por otra, un grupo de trabajo de Naciones Unidas se dispone a pedir al Gobierno español que depure las responsabilidades de desapariciones durante la Guerra Civil y el franquismo, que se les retiren los beneficios de la Ley de Amnistía de 1977 y que se considere que esos delitos no han prescrito.

Al mismo tiempo, y sin que haya relación causa-efecto, observamos cómo se celebran actos de exaltación del fascismo y del régimen de Franco. El último ejemplo es una exposición ¡en un colegio! en la localidad de Quijorna, en Madrid, con símbolos franquistas y nazis. Hay frecuentes noticias de jóvenes ultraconservadores que utilizan simbología fascista, hasta el punto de que el PP se vio obligado a amenazar con la expulsión a los militantes que caigan en esa práctica. Y la casualidad ha querido también que un par de alcaldes gallegos hayan utilizado a Franco en declaraciones que han sorprendido y escandalizado.

Cuidado con todo esto. Las heridas siguen abiertas. Si algún mérito ha tenido la transición ha sido el de cerrar un pasado fratricida, lleno de odios y ansias de venganza. Lo más positivo de los últimos cuarenta años ha sido la capacidad de perdonar errores y crímenes de ambos bandos. La izquierda, la perseguida por el franquismo y la que hoy busca restos mortales en las fosas comunes, ha dado un ejemplo histórico de grandeza con el olvido de los atropellos y vejaciones sufridas. Es legítimo que se exijan cuentas a los torturadores en tiempo de paz, aunque haya sido la paz de Franco. Pero estas revisiones históricas no solo necesitan justicia; necesitan también sensibilidad. Ni represalia ni exaltación. No sea que, por hacer justicia, se reabra el drama nacional.