El desguace de las cajas y la liquidación del banco

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

18 sep 2013 . Actualizado a las 12:21 h.

Se me plantea un dilema a la hora de comentar el epílogo de esta historia: remontarme a sus antecedentes o limitarme a la traca final. La historia, que se inició con varias cajas de ahorros gallegas -«los bancos de los pobres», las llamaban en sus orígenes- y culminará con la subasta de NCG Banco, resulta deprimente. Está repleta de tropelías. Yolanda Díaz, dirigente de AGE, la considera «una gran estafa». Y acierta en el diagnóstico. El delito ha sido perpetrado a varias manos y a manos llenas: gestores de cajas que se lanzaron a una expansión descontrolada y suicida por territorios foráneos, teóricos que propugnaban la bancarización, reguladores que hicieron la vista gorda ante los desmanes y Gobiernos de toda laya, azules y rosados, que estamparon el «enterado» en la sentencia de muerte del viejo modelo. Pero hoy glosaré solamente la última página del vodevil, ya que no me pide el cuerpo escribir epitafios.

Lo que ahora se dilucida es, simplemente, quién se queda con los restos del naufragio. Sacarlos a flote ha costado a los contribuyentes más de 9.000 millones de euros y el Gobierno quiere recuperar «el máximo posible» de ese dinero. De hecho, en pleno proceso de desguace, ya ha liquidado la chatarra extraída del pecio. Los activos inmobiliarios más tóxicos se los ha endosado al banco malo, los frutos del desenfreno expansionista de antaño -Evo Banco- los ha comprado el fondo estadounidense Apollo y 66 oficinas han pasado a engrosar la red del Banco Echeverría. Solo faltan por vender los objetos más valiosos. Las joyas del reino: las cartillas y cuentas corrientes que contienen el 40 % del ahorro de todos los gallegos.

A ese apetitoso bocado, probablemente aderezado con prebendas fiscales, optan cuatro comensales. Los tres primeros, Caixabank, BBVA y Santander, sobradamente conocidos. Cualquiera de ellos puede garantizar la supresión de toda reminiscencia gallega en el mundo financiero. El pedigrí de NCG los trae al pairo. Ni Fainé, ni González, ni Botín persiguen las oficinas, el personal o la marca del banco. Menos aún piensan en Galicia como lugar propicio para invertir. Lo que codician, su objeto del deseo, es el ahorro atesorado en la entidad. Lo mismo que busca el cuarto candidato, el fondo Guggenheim, pero con una notable diferencia: en este caso, los americanos sí necesitan la red, el empleo y el apellido. Y esa necesidad, junto al compromiso de permanecer cinco años, los convierte en la única posibilidad de supervivencia de NCG Banco.

Al final, sea cual sea el resultado de la puja, se habrá completado el tránsito del dividendo social de las cajas a la ganancia privada del banco. Y habrá concluido también el efímero papel que el neoliberalismo asigna a la banca pública: el de uci. Es decir, solo salvamento y socorrismo.