Obama desencadenado o la justicia de Tarantino

José Carlos Bermejo Barrera FIRMA INVITADA

OPINIÓN

07 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Protagoniza la última película de Q. Tarantino un elegante y justiciero esclavo negro que con su increíble capacidad de fuego imparte justicia a la par que no se cansa de decir que su nombre es Django, pero que la «d» es muda. Django, acompañado de otro héroe, en este caso alemán, se enfrenta a un plantador sureño más sádico y racista que el mejor nazi de folletón. La idea de que la justicia se imparte a tiros se está imponiendo en Estados Unidos, como señaló C. Hedges en su libro, ganador del Pulitzer en el 2009, El imperio de la ilusión. Señala Hedges que, como EE.?UU. fue fundado por una minoría religiosa disidente que huyó de su país para mantener su pureza y se dirigió a la tierra prometida del Nuevo Mundo como en la Biblia el pueblo de Israel, la idea de pureza religiosa y misión mesiánica es consustancial con la ideología conservadora americana, que cree que la justicia y la moral pueden ser impuestas por la fuerza.

Esta ideología, ahora asumida por Obama, se encarna en la política diseñada por las autoridades civiles que controlan el Pentágono, no por los militares (J. Carroll, La casa de la guerra, 2007), que curiosamente se opusieron en su momento a la invasión de Irak, de Afganistán y ahora a la intervención en Siria. La política militar americana de los últimos veinte años, que se le impone al presidente, sea quien sea, está condenada al fracaso por anteponer la cerrazón ideológica a la racionalidad bélica.

Tras el derrocamiento del Sha, que tenía el tercer mejor ejército del mundo, Sadam Huseín, el único líder no islamista de Oriente Medio, apoyado por EE.?UU. y Europa, intentó sin éxito invadir Irán. El ejército iraní contraatacó con ingentes masas de infantería, que fueron frenadas gracias al uso de gases que Occidente había vendido a Sadam. Tras cometer el error de invadir Kuwait para controlar el mercado del petróleo, Occidente decidió liberar ese país. Pero, como afirma el general Schwarzkopf, comandante en jefe de la coalición de 1991, en el momento en el que podían invadir Irak y derrocar a Sadam, se le ordenó detener la ofensiva para salvar al ejército iraquí, porque si era destruido Irán podía volver a recuperar su supremacía. Tras animar a los kurdos a sublevarse contra Sadam, Occidente los dejó abandonados, lo que hizo que fuesen masacrados por Alí el Químico con las armas que hacen honor a su epíteto. Años después, se decidió volver a invadir Irak inventándose la mayor mentira de la historia militar del mundo: las supuestas armas de destrucción masiva. Invadido Irak, licenciado su ejército y su policía, destruída su Administración, su sanidad y su educación, se consiguió crear el caos y convertir el país en la cuna de un terrorismo que continúa todavía hoy.

Tras la invasión soviética de Afganistán, Estados Unidos decidió armar a los talibanes para poder explusar a los soviéticos, lo que consiguieron. Instaurado el régimen talibán, que supuso el mayor retroceso moral y político de la historia de ese país, se decide invadirlo con el fin de capturar a Bin Laden, lo que no consiguen, e instaurar una democracia en un país parte de cuyo territorio no es accesible, donde no hay censos de población y donde los hombres pueden votar por las mujeres y los jefes de la aldea por toda la parroquia. En un año se retirarán de Afganistán Estados Unidos y sus aliados, y todo el mundo sabe que los talibanes volverán al poder. El fracaso en Irak y Afganistán ha costado a EE.UU. dos billones de dólares de déficit y ha supuesto orientar toda la innovación industrial exclusivamente al terreno militar.

Ahora se decide bombardear Siria. Una república heredada por su presidente, tan corrupto como otros de la zona. Se decide apelando al uso de armas químicas y afirmando que no se trata de derrocarlo, porque el triunfo de la oposición podría suponer la implantación de un régimen islamista, dando muestras de cinismo pero apelando a la justicia de Tarantino.

La guerra no es un modo de hacer justicia. Para que uno se defienda justamente, otro lo tiene que atacar injustamente. Desde el fin de la II Guerra Mundial, prácticamente ninguna guerra fue declarada; en todas se violó la Convención de Ginebra; Estados Unidos, único país del mundo que utilizó las armas nucleares, arrasó los campos de Vietnam con armas químicas. Decir que se interviene cuando a uno le parece para hacer justicia sin ser juez no tiene nada que ver con la justicia y puede ser muy peligroso si se inicia una guerra más global. Como, por ejemplo, si Rusia decide también aplicar la justicia por su mano. La justicia de Tarantino solo sirve en sus películas, y él sabe que es una caricatura. Django con «d» muda y Obama, el presidente negro que continúa la política de los lobbies blancos del Pentágono, solo tienen en común ser negros. Las guerras a veces las ganan los buenos, pero casi siempre los malos, pues como dice la copla, «vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos».