Siria y Egipto: silencios nada inocentes

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

19 ago 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Antes en Siria y ahora en Egipto, la comunidad internacional se desentiende discretamente de cómo dos Gobiernos no democráticos se dedican, primero, a masacrar a parte de su población para, posteriormente, por lógica reacción desesperada, pasar a hablar de guerra civil o de freno a la insurgencia o a los antisistema.

En ambos casos el silencio de Naciones Unidas es desalentador. Se supone que tiene un mandato de intervenir cuando se trata de proteger a los ciudadanos de un país de los excesos de sus Gobiernos, y en los dos casos citados (como en otros anteriores: Zaire, Sierra Leona, Somalia...) las matanzas no han tenido respuesta. La imagen de ayer mismo en El Cairo de un ciudadano gesticulando desarmado frente a un blindado que lo ametralla vale más que mil palabras para visualizar ese exceso. Se comprueba una vez más lo que el intelectual alemán J. Habermas describe como «vergonzosa selectividad de los casos que percibe el Consejo de Seguridad, selectividad que delata el primado que los intereses nacionales siguen teniendo sobre las obligaciones globales».

Pero ese silencio no es ajeno al hecho de que los ejecutores de esas matanzas son fuerzas armadas debidamente pertrechadas y formadas por sus padrinos, las superpotencias (Rusia o EE.?UU.) que juegan partidas geoestratégicas en la región. El singular papel de Egipto como potencia petrolera, guardián del paso de Suez y aliado en el conflicto árabe-israelí ha creado un monstruo militar que controla la economía nacional y que no es capaz de convivir con las limitaciones de poder que supone cualquier régimen democrático. Sean cuales sean sus resultados electorales. Y es obvio que en las academias extranjeras donde se forman estos altos oficiales nativos no les han inculcado los valores y los límites correspondientes.

El silencio también es clamoroso en aquello que se había dado en llamar Alianza de Civilizaciones (véase http://www.pnac.gob.es/home.htm) y en sus casi noventa países adscritos, incluida España. Pues bien podría haberse convocado una reunión urgente de la misma para intentar frenar la «solución militar» (es decir, las matanzas) a problemas derivados de diferencias políticas, por muy profundas que estas sean. Y en ausencia de tal reunión y de una concreta postura de fuerza, el silencio no es menos clamoroso por parte de cada uno de los países que no han tenido aún el coraje de retirar a sus embajadores en Damasco o en El Cairo.

Todo lo que antecede en nada impide que cada país y cada ciudadano particular tenga sus ideas y haga sus valoraciones sobre uno u otro fundamentalismo (desde el religioso al de mercado, pasando por los deportivos). Pero mal vamos si, como si de una nueva Edad Media se tratase, dejamos que cada señor feudal ejerza en su territorio los desmanes que le vengan en gana, sin que la comunidad internacional se despeine. ¿O es que ya olvidamos cómo y por qué fue necesario actuar en la Libia de Gadafi?