Economía de la mordida, el soborno y la corrupción

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

24 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El problema en España con el asunto Bárcenas es identificar cuántos de esos personajes pululan por los distintos partidos políticos, por nuestras empresas y por nuestras Administraciones públicas. Para simplificar, digamos que el problema es localizar y neutralizar a todos aquellos que compran y venden algo que no se debiera poner en venta y que, para redondear la faena, lo hacen en circuitos fiscalmente opacos.

Porque cuando se comprueban las listas de empresas y empresarios que presuntamente han aceptado pagar mordidas (de Andalucía a Cataluña y de Mallorca o Valencia a Galicia, sin olvidarnos de la capital sistémica del reino), o bien que las han ofrecido de propia iniciativa a cambio de cosas que no tenían seguras (concesiones, recalificaciones, adjudicaciones, etcétera) sino que debían resolverse con pura y dura competitividad y sin atajos, uno no se cree nada de cómo haremos para salir de este lodazal. Porque el fantasma que recorre España es el de la mordida.

Lo que unos ingresaban y lo que otros pagaban tenía tela. Para empezar, porque lo que las empresas pagaban no salía de sus cuentas de resultados sino de los bolsillos de los contribuyentes que tenían que pagar más caro el producto o servicio en cuestión. Ya fuese una carretera, una línea ferroviaria, un hospital, una recogida de basuras o una red de suministro. Ya fuese la energía o los servicios financieros. Y así indefinidamente. Y para continuar, porque lo que los muchos Bárcenas cobraban, y siguen cobrando, más allá de ir a sus propios bolsillos y a cuentas en paraísos fiscales (¡qué otra cosa se podría esperar¡), iba, se nos cuenta, a sobresueldos opacos de las cúpulas de los partidos políticos y -sobre todo- a financiar la maquinaria electoral de los propios partidos.

De manera que no solo se trata de corrupción por vender algo que nunca debe estar en venta, sino que, además, para bordar el asunto, sirve para que los receptores (dirigentes y maquinarias electorales) memoricen muy bien quién paga y quién manda. Es así imposible esperar políticas que eviten la corrupción que tanto bien hace a los mordedores, y menos aún leyes que se atrevan a perjudicar los intereses de tan generosos benefactores del partido.

Lo peor es que, como sucede en tantas ocasiones, aquí lo barato no está saliendo muy caro. Y así, mientras los profesionales de la política presumen de bajar sus sueldos o de financiar con menos dinero público a sus partidos, al mismo tiempo nos están metiendo la mano en el bolsillo para pagar las ocultas mordidas que les permiten vivir a lo grande y salirnos aparentemente tan baratos.

Es en este punto cuando a uno le entran dudas -siendo antimerkeliano confeso- de si no nos iría mejor, ya que perfecto en esto no hay nada, siendo un protectorado de Alemania, donde se conforman con falsificar títulos de doctor.