Bárcenas en la cárcel, alivio para el país

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

28 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Luis Bárcenas ya ha pasado su primera noche en prisión, y este país lo celebra. Ha provocado demasiados odios, ha escandalizado demasiado para que esta sociedad no estuviera esperando el auto del juez que lo envía a la cárcel de forma incondicional y sin fianza. El escándalo ya era verlo tranquilamente en la calle, viviendo su cómoda vida y descubriendo cada semana una nueva andanza. La última, sus cuentas en las Bahamas, Estados Unidos y Uruguay. ¿Recuerdan ustedes cuando en los papeles de Gürtel se le llamaba Luis el cabrón? Pues aquello resultó un piropo. A esta hora es, al menos para los ojos iniciales de la Justicia, y desde luego para el proceso popular, Luis el ladrón. Y con todos los agravantes: el hombre al que hubo que encarcelar porque se podía fugar.

Se acabó su peligroso viaje por los millones misteriosos, misteriosamente acumulados. Se acabó la tentación de la codicia sin límites. Se acabó su aventura. Ahora es un preso que duerme entre cuatro paredes desnudas, sin obras de arte que mirar. Sus salidas ya no van a ser a Suiza, sino al patio. Su maletín ya no estuvo ayer cargado de billetes, sino de la ropa mínima para vivir en la prisión. En la cárcel no hay esquí, ni restaurantes, ni hoteles de lujo, ni aviones. Fin de trayecto. Corte en seco de la apropiación tan masiva como indebida; de la opulencia ganada con malas artes; de la acumulación indecente de indecentes cantidades extraídas del engaño, quizá del robo descarado, posiblemente de la extorsión; del abuso de poder desde una situación de privilegio; del ansia de enriquecimiento sin límites; del fraude a las arcas públicas y a la confianza de la fuerza política que administró; de la mentira como pasaporte para moverse en los límites de la ilegalidad; de la avaricia que al final no pudo esconderse y se convirtió en su propia delatora? Y todo ello, coronado con la intención de morir matando a quien lo protegió y le ofreció sus mayores oportunidades profesionales. Es difícil encontrar en la crónica reciente de España una persona que reúna tantas capacidades para hacer el mal.

Su biografía de tesorero lo ha convertido en símbolo del latrocinio nacional. Intentó chantajear a su antiguo partido con sus famosos papeles, sobres y sobresueldos para que cesase la investigación, pero todo resultó imparable. Y hay algo peor para él: la gente aplaude su encarcelamiento. La gente que sufre la crisis y pierde su empleo y sufre las preferentes y se ahoga en sus hipotecas no perdona a quien se enriqueció ante sus ojos de forma ilegal. Y no perdona especialmente el exceso de codicia. De momento, verlo en prisión incondicional es un alivio para este país.