Hay una razonable idea asentada en la memoria colectiva que dice que pase lo que pase, la banca siempre gana. Con las preferentes no. Es cierto, se quedan con buena parte del dinero de sus clientes preferentes (qué ironía); solo los gallegos perderán 517 millones para sanear NCG. Pero en la práctica, los bancos (casi todos han vendido estos productos) ganan bien poco con este jaleo. Pierden credibilidad (¿quién se fía ahora de ellos?). Pierden la estima social que en algún día tuvieron (sobre todo las añoradas cajas de ahorros, que no todo lo hicieron mal). Pierden la paciencia y la salud de sus empleados (que sufren escraches a diario y que también son preferentistas muchos de ellos). Pierden dignidad, porque todo el mundo sabe que estos productos se vendieron bajo tretas. Y pierden los bancos, o perderán, miles de clientes, para los que será mejor gastar los ahorros en otro menester tras ver cómo una decisión política (el rescate bancario) les lleva a perder su patrimonio. Clientes que no van a recompensar las mala prácticas depositando su dinero en unas entidades miradas ya para siempre como sospechosas.