La resurrección de un guiñol pelma y demodé

OPINIÓN

23 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El Aznar que fue a Antena 3 a decir muchas inconveniencias y algunas tonterías es el mismo de siempre: el que metió a España en el euro malvendiendo patrimonio; el que hizo crecer la economía española a base de burbujas diversas; el que se sacudió sus complejos celtibéricos firmando una guerra criminal y estúpida que acabó en el más rotundo de los fracasos; el que colocó en las mejores bicocas a sus compañeros de pupitre; el que inventó los «estímulos económicos a la vocación política» que Bárcenas administró con tanta donosura; el que hizo privatizaciones sonadas que ahora retroalimentan fundaciones neoconservadoras y antieuropeas; el que nombró sucesor a Mariano Rajoy para que no le hiciese sombra, y el que dijo y se creyó que Rato era el mejor ministro de Economía desde Carlos V, y él mismo el mejor gobernante -presidente del Gobierno le parecía poco y a rey no se atrevió- desde Felipe II.

Pero en la entrevista que le hicieron en televisión no compareció solo el fantoche presumido que convenció a tanta gente de sus funestos milagros. Porque fundido en el mismo busto compareció también el guiñol de Canal+ con todos sus tópicos y simplezas: el que hablaba en mexicano con Bush; el que ponía los pies sobre la mesa del Prairie Chapel Ranch (Crawford, Tejas) para demostrar que estaba en casa de un amigo de toda la vida; el que casó a su hija en el mausoleo de El Escorial al gusto de las noblezas descoloridas de la vieja Europa; el que enfatizaba todas las obviedades para que pareciesen genialidades, y el que hizo aquella memorable explicación de que Rumanía y España son dos países distintos, porque España es más grande que Rumanía y Rumanía más pequeña que España.

Por eso espero que Mariano Rajoy pase de sus bravatas, sus chulerías, sus inconveniencias y sus simplezas como pasa de tantos otros. Que no le dé ninguna oportunidad de entrar en la agenda de la política española. Que no gaste en él ninguna explicación ni lo nombre para nada. Y que, en vez de mandarlo a hacer puñetas, que sería una opción razonable, lo envíe a hacer coaliciones con Beppe Grillo, Sarah Palin y Nigel Farage. Porque no cabe pensar que este Aznar sea una alternativa seria para la España de hoy, ni que pueda reconquistar el poder del partido sin más méritos que la desilusión poco informada de la parte más rancia de la derecha.

Los que tenemos un problema somos los ciudadanos, que, aunque es cierto que al final lo descubrimos y truncamos con los votos su secuestro de la política española, aún tenemos que preguntarnos qué le vimos, o que nos dio, o en qué desesperación andábamos para haberlo tenido por un referente destacado de esta democracia. Una revisión que a mí me interesa dejar bien zanjada antes de que crezca Sofía, mi primera nieta, que vino al mundo ayer, mientras escribía este párrafo.