Acordar para cambiar

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

20 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

L as mayorías absolutas en las instituciones de la democracia producen efectos perversos. De ahí que, ahora más que nunca, deberíamos reflexionar sobre lo que debe ser la política, que deje de ser un problema más antes que la solución.

Política es el arte de gobernar para resolver los problemas de la ciudadanía y, como dijo Felipe González, la necesidad y práctica de los acuerdos. No se trata siempre de imponer el rodillo parlamentario, ya que son muchos los debates que se ganan en el hemiciclo pero se pierden en las calles, precisamente cuando entre política y sociedad se abre un abismo que conduce a movimientos como el del 15-M, donde el grito es «¡no nos representan!».

Situaciones como las que se dan en nuestro país y otros, afectados por la crisis económica y laboral, conducen a la teoría de lo que Colin Crouch denominó en el 2005 la posdemocracia, que no deja de ser otra teoría sobre las consecuencias de una clase política, con poder, que se enroca en las instituciones y toma decisiones favorables a los poderosos. Y ello en un momento histórico con dos espacios muy controvertidos: la total impregnación del espacio de la sociedad civil por la política y el fracaso de aquel entusiasmo compartido para construir la Europa de los ciudadanos, que está originando una imparable corriente de euroescepticismo, hoy con la amenaza de romper la Unión, en la que lo único que compartimos es moneda y desencanto.

Parece mentira, pero sigue estando de rabiosa actualidad el pensamiento de Ortega. «Es preciso encontrar nuevos usos en la política, para evitar los viejos abusos».

De ahí que las encuestas sobre opinión e intención de voto arrojen dos hechos en ascenso. Ninguno de los dirigentes de la sociedad merece la confianza del pueblo. El bipartidismo se transforma en multipartidismo, precisamente por ser el tamaño del partido directamente proporcional a su perfil en la corrupción, falta de capacidad para dar soluciones, absoluta entrega a esos mercados que prefieren salvar un banco que a una familia desesperada por el desahucio de su vivienda o su caída en la pobreza vergonzante.

Estamos al límite. O alguien consigue el acuerdo para el cambio, o desde la sociedad habrá un estallido que obligue a empezar de nuevo. El problema está en que los políticos entiendan una economía que debe ser social, capaz para garantizar empleo y justicia.