Rajoy, los barones, Obama y el chino

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

14 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En los estertores del zapaterismo, cuando toda aquella épica de la Champions League, el patriotismo constitucional y el pleno empleo era ya solo ceniza y poso de café, tuvimos que asistir en España a uno de los espectáculos más lamentables y reveladores que ha dado nuestra política, ya pródiga de por sí en bajezas y traiciones de toda laya. Cuando aquel presidente adanista y utópico, nacido al calor de las ruinas del felipismo y del «no estamos tan mal», ese que creía que iba a cambiar a una España a la que no cambió ni Franco, tuvo que hincar la rodilla, asumir la realidad y responder con un obediente «sí señor» al baño de pragmatismo capitalista que le dieron por teléfono Barack Obama, Angela Merkel y hasta el chino Wen Jiabao, la tropa de barones socialistas que lo habían puesto allí para seguir en el machito empezó a hacerse la sueca. Y los mismos que lo encumbraron, decían de pronto que ellos no conocían de nada a ese señor de León.

Cuando el dinero brotaba a raudales desde Madrid al extrarradio en medio de una orgía de ladrillos, en la periferia todo eran loas al discurso de la Arcadia feliz de aquel presidente del Gobierno que le regalaba 400 euros hasta al banquero Botín. Pero fue llegar aquel mayo fatídico en el que Zapatero comprendió que los billetes no eran de Monopoly, que el guateque se había terminado y que además había que recoger los vasos rotos, y tuvimos que escuchar a sus apóstoles negándolo tres veces y las que hicieran falta. Hasta hubo que ver a un tal José María Barreda, que gastaba como si Albacete fuera Las Vegas y luego guardaba las facturas sin pagar en los cajones, diciendo que en la campaña de las autonómicas no quería ver ni en pintura a ese Zapatero de los recortes. Que aquello ni era socialismo ni era nada. Y que a él lo que le petaba era derrochar.

Mariano Rajoy ha hecho más rápido ese mismo viaje desde la utopía y el peloteo hasta el batacazo y la traición. Hace un año y medio, en un mitin en A Coruña, prometía a los españoles nada menos que «la felicidad». Y hoy nos ofrece solo sangre y sudor, porque lágrimas ya no quedan. Y aquellos mismos barones del PP que lo comparaban con Disraeli cuando barruntaban que la pasta volvería a fluir desde Madrid, se ponen ahora estupendos y dicen que Rajoy no tiene ni idea. Que si la cosa va de recortes, no quieren saber nada. Que ellos no han sido. Que las autonómicas están a la vuelta de la esquina y si el presidente se empeña en que las cuentas cuadren lo mismo en Madrid que en Valencia o en Santiago, les va arruinar el negocio. Y aquella misma Esperanza Aguirre que se subió eufórica al balcón de Génova para dar saltitos con Rajoy, abomina hoy del líder del PP como si fuera Belcebú.

Lo que le pide el cuerpo a Rajoy es mandar a todos esos Judas a paseo. Pero luego recuerda que a Zapatero lo enterraron los suyos. Y, entonces, calla y deja gastar otra vez. Hasta que lo llamen Obama y el chino.