Defensa de la nueva generación

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

28 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

No pasó a la historia de la tele -como Friends, Frasier o Mad Men-, pero La nueva generación fue una serie policíaca muy digna y muy solvente que los españoles del último franquismo pudimos seguir en medio de aquel basural de censura y horteradas.

La nueva generación es también la que hoy se prepara, como nunca otra antes en la historia, en los colegios, en los centros de formación profesional y en las universidades españolas. La que estudia medicina, derecho, arquitectura, cocina, electricidad del automóvil, albañilería y así hasta completar un montón de profesiones que nuestros jóvenes podrán desempeñar un día en el futuro si es que encuentran un sitio donde hacerlo.

Ese es, de hecho, el gran desafío de esta crisis del demonio que parece haber llegado con la maldición de quedarse para siempre: evitar por todos los medios que una generación entera de chavales se pierda irremisiblemente en medio de una endiablada disyuntiva: la del paro o la emigración forzosa con el único objetivo de encontrar un puesto de trabajo, lejos de los suyos y del país que ha invertido miles de millones de euros en capital humano para que luego esa inversión acaben rentabilizándola, por ejemplo, alemanes o británicos.

Esos jóvenes, que saben bien que de no empezar a mejorar las cosas de inmediato se verán antes o después perdidos en el terrible laberinto de un mercado de trabajo arruinado sin remedio, están demostrando, pese a todo, ser capaces de que el pesimismo sobre sus perspectivas de futuro, que casi todos comparten con sobradísimos motivos, no acaba por vencerlos y comerse su capacidad para luchar en el presente día tras día: en cada trabajo de clase, cada examen, cada práctica, durante las miles de horas que son necesarias para que se forme un profesional cualificado.

Pero, con 6.000.000 de parados, y subiendo el desempleo, estamos ya sin duda en el límite del tiempo. Sí, en el límite del tiempo para que el Gobierno y la oposición y los partidos españoles aparquen muchas de sus diferencias con el objetivo de empujar juntos (hombro con hombro) para la salida de la crisis. En el límite del tiempo para convencer a millones de jóvenes que son ya los ciudadanos del mañana de que no están equivocados al creer que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno. Y en límite del tiempo para no abrir una brecha formidable entre ciudadanos con futuro y ciudadanos sin futuro que podría llegar a ser mucho peor que la que partió a España a la mitad por lealtades nacidas del pasado.

Sí, que no lo quepa a los españoles de más de 40 años ningún género de dudas: estamos en el límite del tiempo para no dejar a nuestras hijos una herencia envenenada: la del paro permanente y, con él, la convicción de que fueron unos ingenuos cuando creyeron en nosotros.