El mundo que viene

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe FIRMA INVITADA

OPINIÓN

25 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En la última cumbre de Davos buena parte del mundo desarrollado empezó a ver más cerca la recuperación. No obstante, surgen muchos interrogantes sobre los nuevos retos. Los gobernantes debaten sobre las diferentes fórmulas de gestión de crisis a partir de diagnósticos mucho más complejos e interdependientes. Al mismo tiempo, los teóricos continúan debatiendo sobre los determinantes principales del crecimiento de las economías a largo plazo. El reciente libro de Acemoglu y Robinson, Por qué fracasan las naciones, encendió, de nuevo, el debate entre aquellos que consideran que los factores geográficos son claves y aquellos otros que opinan que son las instituciones las que poseen los incentivos para el desarrollo económico.

Si analizamos los últimos 250 años es fácil asociar fases de crecimiento con cambios en las instituciones, ya sean políticas, ya sean económicas. En el período mencionado, los factores geográficos y naturales han desempeñado a veces un papel permisivo y, en otras ocasiones, obstaculizador, cuya importancia ha ido disminuyendo con el desarrollo tecnológico, los descensos de los costes de transporte y los profundos cambios en el comportamiento de los agentes económicos. Pero también es cierto que las instituciones económicas han condicionado y condicionan las políticas de crecimiento. Cuando son de baja calidad, y se crean círculos viciosos, se está impidiendo que las reformas funcionen adecuadamente y las soluciones puedan aflorar, como sucede en la actualidad.

Ante esta tesitura, el Consejo Nacional de Inteligencia de EE.?UU. acaba de publicar su informe Global Trends-2030, donde dibuja el panorama del mundo para el año 2030. Sus conclusiones, en síntesis, son las siguientes. La primera, el mundo será multipolar y el poder se dispersará. La segunda, que el 60 % de la población mundial vivirá en zonas urbanas y las clases medias se triplicarán, pasando de 1.000 millones a 3.000 millones de personas. La tercera conclusión hace referencia a que la mitad de la población sufrirá carencia de agua y de otros recursos energéticos, dando lugar a conflictos por los recursos hídricos y la energía. Se estima que la demanda de energía crecerá un 50 %; la del agua, un 40 % y la de los alimentos, un 35 %. El cambio climático y el incremento de la población contribuirán al hecho de que casi la mitad de la población vivirá en zonas con grandes restricciones de agua, energía y alimentos. De ahí, la posibilidad de numerosos conflictos interestatales.

La cuarta conclusión atañe a los descubrimientos y a los desarrollos tecnológicos, que permitirán la aparición de los superhombres, por medio de implantes y técnicas para aumentar la función neuronal que ayudarán a mejorar la memoria y a lograr una mayor velocidad del pensamiento. La quinta referencia es que Estados Unidos perderá su hegemonía económica a favor de China, más rápido de lo que pronosticaban anteriores estudios. La sexta conclusión incita a reflexionar sobre el hecho de que el terrorismo islámico será reemplazado por el ciberterrorismo. Y, finalmente, la séptima conclusión atañe a la situación que se prevé un auge de las redes informales y la universalización del acceso a la Red, lo que permitirá a los ciudadanos lograr mayores cuotas de libertad y poder, y, así, llegar a desafiar a sus representantes.

Por eso, el mantener una actividad económica sostenible exige elevadas dosis de esfuerzo, tanto en infraestructuras y en fuentes primarias como en capital humano. Ahora apostar por el crecimiento significa asegurar la disponibilidad de la energía primaria para poder soportar el crecimiento de las economías desarrolladas. Apostar por la seguridad obliga a reducir la dependencia de las fuentes primarias; y apostar por la sostenibilidad lleva al uso de las fuentes primarias y de transformación sin que sean agresivas con el medio ambiente y el clima.

Claro está que para que todo ello funcione, las propias instituciones políticas (las que promulgan reglas que gobiernan las relaciones de poder) y las económicas (las que promulgan reglas que ordenan las relaciones económicas entre ciudadanos) han de ser coherentes, adoptar decisiones equilibradas y permitir el funcionamiento de códigos de conducta transparentes, que son, en definitiva, los factores auténticamente relevantes de cara al futuro.