El gran desafío del nuevo papa

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

15 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Todo el estricto rito ceremonial de una elección papal resulta tan brillante y tan extraordinario -cabría incluso decir tan de otra época: la de las monarquías absolutas- que, durante los días que la preceden y la siguen, la fascinación se impone sobre cualquier otro pensamiento. Y es que desde la procesión cardenalicia que precede al extra omnes hasta la proclamación final -habemus papam-, un mundo ya poco acostumbrado a ceremonias grandiosas se queda paralizado frente a la potencia de la Iglesia: algo así debía pasarles a los campesinos del Medioevo cuando contemplaban la grandiosidad de las catedrales románicas y góticas.

Pasados los fastos y elegido el nuevo papa, este ha de hacer frente, en todo caso, a cuestiones mundanas de muy diversa naturaleza y gravedad, que pronto convierten el honor de ser el hombre con más seguidores del planeta en una carga apabullante, imagino que muy difícil de llevar.

Francisco tendrá, sin duda, que intentar dar solución a problemas que hoy están en la mente de todos los católicos: desde los escándalos del llamado Instituto de Obras de Religión (IOR, o Banco Vaticano, que lleva dando a los papas quebraderos de cabeza desde hace varias décadas) hasta el de la terrible perversión de la pederastia en el seno de la Iglesia, pasando por el imponente reto de los enfrentamientos internos en la curia vaticana.

Creo, no obstante, que el más grave desafío del recién elegido pontífice tiene que ver con la dimensión universal de la Iglesia que Francisco está llamado a gobernar. Y es que aquella, al ser tan grande, está presente en zonas del mundo que atraviesan, de hecho, épocas históricas distintas: Estados Unidos, Europa o Canadá viven en pleno siglo XXI, mientras gran parte de Latinoamérica se instala con dificultad en el siglo XX y la mayor parte de África y de Asia salen a duras penas, siendo generosos, del siglo XIX.

Los contrastes son inmensos (de riqueza, desarrollo tecnológico o modernidad social y cultural) y, sin embargo, la Iglesia está obligada a presentar en todas partes una posición dogmática común. De hecho, esa es la gran misión de cualquier papa: ofrecer a sus fieles un discurso universal, que oriente su forma de actuar y de relacionarse con el mundo. Un discurso universal que se dirige a países, por ejemplo, donde la religión avanza con firmeza, frente a otros donde los procesos de secularización la han arrinconado como nunca a lo largo de la historia de los dos últimos siglos.

Ahí es donde reside, en mi opinión, la gran dificultad y ahí será, por ello mismo, donde el nuevo pontífice se jugará el futuro del papado que comienza. Porque si ya resulta difícil gobernar la vida terrenal de los habitantes de un Estado, ¿qué ha de ser gobernar la vida espiritual de quienes conforman todo un universo?