Caridad, recompensa y publicidad

José Manuel Otero Lastres PUENTES DE PALABRAS

OPINIÓN

04 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

A uxiliar a los demás no es un comportamiento que acapare en exclusiva una religión, sino que es una actitud que reúnen las personas solidarias con los demás, cualesquiera que sean sus creencias religiosas. Con esto se quiere decir que aunque sea propio de la generalidad de las religiones predicar que el ser humano debe ser caritativo, también hay caridad en sujetos que no son fieles de ninguna religión. Y es que dar y darse a los demás es una condición humana indisolublemente anclada en el ser de muchos sujetos, ya sea por motivos religiosos, ya por razones puramente humanitarias, o por ambas cosas a la vez.

En la religión católica se concibe la caridad como una virtud que tendrá recompensa en la otra vida, siempre que se haga de manera reservada y sin la finalidad de ser alabado por los demás (son conocidas las palabras del sermón de la montaña: «Cuando des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha, para que sea tu limosna en secreto»). En cambio, en la óptica puramente humana, la gratificación que se recibe por el hecho de auxiliar a otros es la propia satisfacción personal de ser solidario con los demás, y no importa que se haga reservadamente o con publicidad, ni para obtener elogio.

Centrados en la caridad cristiana, uno se pregunta si debe hacerse pública la virtud de ayudar a los demás de ciertas agrupaciones de la propia Iglesia católica, aunque solo sea para destacar una faceta tan solidaria como poco aireada. Me refiero a Cáritas y a otras muchas instituciones de beneficencia, que se entregan a diario callada y abnegadamente al cuidado de los necesitados y que en los últimos tiempos son el único socorro de numerosas familias a las que ha golpeado salvajemente la crisis.

No se me escapa que si para tales instituciones lo determinante es que la caridad sea «oculta», es claro que para ellas no tiene mucho sentido plantear si sería conveniente que se diera a conocer públicamente la impresionante labor solidaria que realizan. Pero ¿tienen quienes no pertenecen a esas instituciones el deber de guardar secreto sobre la limosna que estas dan? A mi modo de ver, ha llegado el momento de que la generalidad de los ciudadanos sepan a través de los medios de comunicación lo mucho que hacen estas instituciones de caridad por los desheredados de lo imprescindible. Aunque solo sea para situar las cosas en sus justos límites y mitigar con ello los viscerales ataques que recibe la Iglesia católica de un sector de nuestra progresía.