Lecciones de las elecciones italianas

Jaime Miquel
Jaime Miquel TRIBUNA

OPINIÓN

27 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Podemos seguir pensando que todo cambia mientras lo nuestro permanece inmutable, que lo sucedido en Grecia hace menos de un año o ahora en Italia son cosas de griegos e italianos, porque algo semejante no puede pasar en España: este pensamiento es un error profundo. El sistema electoral español quedará tan bloqueado como el griego o el italiano por la irrupción, en modo electoral, de un espacio ciudadano de ruptura con el orden existente, tal como ha sucedido en Grecia y en Italia. Bersani y Beppe Grillo se diferencian, sobre todo, en que el primero quiere desalojar a la derecha del poder, mientras que el segundo quiere destruir el sistema en su conjunto, lo que incluye al primero. Los medios convencionales lo llaman antipolítica y, en general, el sistema se defiende como puede de lo sucedido en Islandia: la deuda no es de las personas normales y no la van a pagar, esto no lo puede defender la política formal en el sur de Europa y ahí reside el problema, porque no es levantar el palo de que nadie pague; todo lo contrario, ya determinarán los tribunales quiénes tienen que pagar y cuánto, qué deuda es legítima y qué otra no, y qué responsabilidades tienen qué políticos, banqueros o empresarios.

El PSOE y el PP han dejado de representar a 9 millones de electores desde el año 2008; los menos votarían ahora a IU y UPyD, los más son jóvenes y están en la abstención: de celebrarse ahora elecciones generales nadie obtendría la mayoría absoluta, pero cuando estos electores desmovilizados se incorporen al sistema de representación, con el movimiento ciudadano y el Beppe Grillo adecuados, arrastrarán masas y el Parlamento español quedará tan bloqueado como el griego o el italiano. Pensar que esto no va a suceder en España es no entender las cosas o mirar deliberadamente para otro lado. Anova es esto, por poner un ejemplo cercano, y se quiere limitar la longitud de las campañas electorales porque las pierden los partidos de la política formal. Aunque ya no hay nada que hacer, el número de decisiones de voto que se produce en la Red es creciente y la vanguardia está en la calle, los partidos solo explican el pasado. Por ejemplo, en la vieja cultura republicana de la Izquierda Unida de Cayo Lara, el concepto abdicación es anatema: no la pueden proponer aunque una vez establecida una nueva Constitución se sometiera a refrendo la continuidad del nuevo monarca. Cabría preguntarse entonces cómo quieren conseguir la república los comunistas españoles, si por las armas o por decreto, y qué sentido tiene esto para los 11,5 millones de electores que tenían como mucho un año en 1975, el 34 % del censo actual. Lo mismo que la España federal del PSOE que nadie quiere, las mayorías sociales vasca y catalana quieren confederarse, y los votantes de Rubalcaba prefieren lo que hay ahora o un Estado central antes que federal (CIS, barómetros). Dicen los viejos partidos de abrir sus listas: quien se integre en ellas perderá su prestigio e independencia. El asunto es quién convoca y qué propone, no con qué peinado se presenta.