La renuncia del papa y el mar Mediterráneo

OPINIÓN

25 feb 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Descubrir que en el Vaticano hay poder, y que donde hay poder hay luchas e intrigas, es como descubrir otra vez el mar Mediterráneo. Y que algún periódico aproveche tal descubrimiento para hacer amarillismo y vender algunos ejemplares más es un engaño a los lectores, a los que se le ofrecen tópicos -muchas veces ciertos- como si fuesen el resultado de una investigación minuciosa.

Que «de todo hay en la viña del Señor» es un dicho viejo que nadie discute, porque la humanidad siempre estuvo representada en la Iglesia con todos sus vicios, pasiones, ambiciones y virtudes. Pero que esa sea la explicación de un hecho diáfano que no necesita más aclaraciones que las ya dadas, no deja de ser un ataque gratuito y poco inteligente contra quienes apreciamos el ejemplo de un viejo cansado y anímicamente agotado que, al servicio de Dios y de la Iglesia, se retira voluntariamente del inmenso poder del papado. Y no hay derecho a que, en un mundo tan necesitado de gestos y fundamentos morales, algunos diarios y revistas se dediquen a dar forma y difusión a ciertas especulaciones que, por formar parte de la vida misma, no vale la pena confirmar ni desmentir.

Benedicto XVI, que el próximo jueves va a dejar vacante la cátedra de Pedro, fue movilizado por los nazis, apenas adolescente, cuando Alemania ya era un cementerio de horrores. Hizo su carrera sacerdotal en un país arrasado que se levantaba penosamente de sus miserias materiales y espirituales. Ejerció como excelente profesor y catedrático de teología. Fue sacerdote ejemplar, obispo, arzobispo, cardenal y papa. Presidió la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en tiempos de fuerte tribulación religiosa. Se enfrentó al problema de la pederastia y la degradación moral de la Iglesia con sincera determinación. Rezó con otras iglesias y religiones, y escribió decenas de libros y algunas encíclicas que son respetados en toda la cristiandad. Y por eso no creo que le faltase por ver nada nuevo, ni dentro ni fuera del Vaticano, que pudiese asustarlo y hacerle renunciar al pontificado, salvo una debilidad física e intelectual que, de acuerdo con su impecable reflexión y juicio, no le permiten seguir gobernando una Iglesia que, en palabras tantas veces citadas, «se retuerce -ante el mundo- con dolores de parto».

Tras la retirada de Benedicto XVI a una clausura vaticana pueden quedar cientos de faltas, grandezas e indecisiones. Porque Ratzinger es un hombre -solo eso- que vivió muy expuesto a los errores derivados de la responsabilidad y la autoridad. Pero yo me quedo con la visión del grande que se va cansado. La misma con la que fray Luis de León recordó al último emperador del Sacro-Imperio bajando hacia Yuste por las laderas de Gredos: «Y sigue la escondida senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido».