Límites a la confrontación partidista

OPINIÓN

11 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El «asunto Bárcenas» con sus implicaciones se encuentra en el ámbito de la Justicia. Al resultado de la investigación y de los pronunciamientos judiciales habrá que atenerse con todas sus consecuencias. Es preciso despejar cuanto antes la espesa duda que se ha extendido dentro y fuera de España A ello deben contribuir fundamentalmente, aunque de diferente manera, el PP como partido que sostiene parlamentariamente al Gobierno y el PSOE como alternativa. No ayuda a aclarar el embrollo el entrecruce de acusaciones, aunque se trate de la legítima defensa del buen nombre del partido. Un posible mensaje común a lanzar es que los intereses generales han de anteponerse a los personales o de partido, que a veces coinciden. No parece que deba aprovecharse la ocasión para ajustes de cuentas

Esa es la impresión que produce el reiterado reclamo de la dimisión del presidente Rajoy formulado por Rubalcaba. Recuerda el «Váyase señor González», pronunciado en sede parlamentaria por Aznar. La impresión se fortalece al filtrarse que esa iniciativa se toma después de haber consultado con González y Rodríguez Zapatero. Aquella expresión conminatoria, que adquirió celebridad, fue pronunciada en el primer debate de la legislatura sobre el estado de la nación. No se pidió entonces el adelanto de las elecciones. Se propuso que ocupase la presidencia otro miembro del PSOE, teniendo en cuenta que faltaban tres años para agotar la legislatura, que finalmente se acortó. Hasta aquí las similitudes. Las diferencias son importantes en cuanto a los hechos en los que se apoyaba la recriminación, que no es del caso mencionar. Aunque había problemas, distan mucho de los que la crisis actual ha generado y está aún generando.

La conminación de Rubalcaba tiene garra dialéctica, con indudable repercusión mediática y en la opinión pública. En el buscado cuerpo a cuerpo con el presidente le obliga a colocarse a la defensiva. Es posible que con esa finta busque un rédito dentro del propio partido para fortalecer sus pretensiones de liderazgo de cara al futuro. No pide unas elecciones, que no le convienen personalmente. No es tiempo de brevas. Lo contrario que interesa a otros partidos minoritarios que, aunque no fueren Gobierno, ganarían en el río revuelto en que se ha convertido el panorama público. El interés general resulta secundario.

Lo pernicioso de las tácticas que afectan a lo personal es que cavan una fosa difícil de salvar para el entendimiento que los intereses generales del país pueden reclamar. La confrontación es inherente al pluralismo político que los partidos expresan. Pero tiene sus límites. Republicanos y demócratas discutieron bravamente hasta alcanzar un acuerdo que evitó el «abismo fiscal» en el que podían arrojar a su país, responsabilidad que nadie quería asumir. Con esa ocasión se ha recordado que el sistema constitucional de EE.?UU. estimula el consenso y no la guerra partidaria. Fue nuestro espíritu constituyente.