Obama, cuatro años después

OPINIÓN

08 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

H a habido consenso en que el republicano Mitt Romney ganó el primer debate televisivo de la campaña electoral americana. Lo necesitaba porque las encuestas de opinión le eran desfavorables. Ha constituido una sorpresa. Era previsible que fuese agresivo y se presentase transmitiendo seguridad en relación con la economía, preocupación principal de los estadounidenses. Obama pareció pendiente de sus notas y a la defensiva, en un intercambio de cifras en que los contendientes se embrollaron. No se descarta que haya respondido a una estrategia. Quedan otras dos oportunidades para confirmar o rectificar lo que ha sucedido en Denver y, en todo caso, para verificar su influencia en los electores.

Con independencia de ese hecho puntual, el Obama candidato a la reelección ofrece hoy una imagen muy diferente a la que proyectó en el 2008. Entonces todo él era futuro. Apareció como un símbolo. Encarnaba de nuevo el sueño americano, removiendo en el espíritu colectivo la confianza en su propia capacidad para rehacer el país: el yes, we can que multitudes terminaron coreando. Una manera de entender la política que superase las divisiones partidistas, con apelaciones ambiciosas a evitar el calentamiento del planeta, acabar con la guerra de Irak y la vergüenza de Guantánamo, una de sus primeras decisiones. El aura idealista de unos discursos bien construidos traspasó las fronteras de EE.?UU. Se le otorgó el Nobel de la Paz, no obstante la intervención militar en Afganistán. Podría hablarse de una obamamanía europea.

Cuatro años después, Obama, con el pelo ya gris, es una realidad con contornos definidos, con éxitos y fracasos, en cuya valoración no hay unanimidad, con promesas incumplidas, sobre todo lo cual en noviembre dará su veredicto el pueblo. El Obama candidato tiene que defender lo que hizo y explicar por qué no hizo lo prometido. Constituye parte ineludible de su campaña. La necesidad de su victoria reside en impedir que sus «conquistas» no sean eliminadas, como promete su opositor. Ha dejado plumas de idealismo para sacar lo que pudo de la reforma sanitaria, su programa estrella, frente a la dura oposición republicana. Ha tenido que aprender el realismo del juego político cuando no se tiene mayoría en el Congreso. No dudó en utilizar el poder presidencial, con abandono de la negociación, al constatar la caída de su popularidad.

El sueño americano es hoy la pesadilla de una economía en un lento crecimiento y un paro del 8,5 % allí inusual. Lo que se ventila en el 2012, según sus propias palabras, es cómo hacer crecer a la economía. Relajado su carisma, intenta convencer que los avances se reconocerán en su segundo mandato. Ganar las elecciones es vital para que su impronta histórica no quede difuminada. Explica la descarada procura del voto hispano, la defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo, variando convicciones declaradas, o la recurrente referencia a las clases medias. El idealista Obama se ha convertido al pragmatismo.