Lagarto-lagarto

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

29 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Un día al año, este país se puebla de futurólogos, hacendistas y otros expertos en la ciencia económica: es el día en que el ministro de Hacienda presenta las cuentas del Reino. Honorables ciudadanos que no sabemos hacer, y mucho menos administrar el presupuesto personal, nos convertimos en árbitros de esas cuentas y llenamos tertulias y periódicos con nuestras científicas sentencias. Negativas, si no simpatizamos con el Gobierno. Apocalípticas, si queremos su fracaso. Apologéticas, si somos de la causa. Escépticas, si, como es frecuente, no tenemos la menor idea de cómo se fabrican unas cuentas de ese volumen y repercusión. Y lo más impresionante: dictaminamos si son o no son creíbles, como si cada en uno de nosotros se encarnase el pensamiento de los mercados.

Después de haber sido uno de los agentes de esa avalancha opinativa de urgencia, he conseguido llegar a una conclusión: ¿y qué más da? Mi padre, cuando leía en el periódico una noticia singular, la despachaba con un elocuente «o xornal ten conta do que lle poñen» y se iba a sachar as patacas. Si hoy viera los Presupuestos, diría que esos papeles de Hacienda «teñen conta do que lles pon Montoro». Y Montoro les puso lo que pudo a partir de unos gastos disparados (por no decir disparatados), inevitables, comprometidos, crecientes y fijos, e imaginando los ingresos que más convienen para que cuadren las cuentas. Si hay suerte y la economía se comporta según sus previsiones, acierto en la quiniela. Si no hay suerte y la evolución económica es más negativa de lo previsto, se cambia sobre la marcha. Lo que mejor hacen los Gobiernos es cambiar el presupuesto cuando tropieza con la realidad. ¿O es que las últimas subidas del IVA estaban en los presupuestos vigentes? ¿Lo estaban los recortes en sanidad y educación? ¿Estaba el copago sanitario?

Los Presupuestos tienen cuenta de lo que les ponen, y en este trance de España lo único importante es que los mercados digan: ¡qué bien lo has hecho, Cristóbal!, o que Bruselas certifique que sus órdenes han sido más que cumplidas. Y esa es otra: ¿alguien que no sea la trinidad Rajoy-Guindos-Montoro sabe lo que nos ha pedido Bruselas?

Y lo que más me inquieta: cuando se pone un impuesto a los premios de lotería, lagarto-lagarto. Es señal de que cada día queda menos donde arañar un euro. O sea: que no os engatuse Soraya con el talismán de la salida de la crisis, ni os deprima Rubalcaba con su visión de más parados y pobres. El único diagnóstico fiable lo hizo el que anunció «si sale con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción». Estaba pensando en los Presupuestos e hizo la previsión más científica. Parece una agencia de calificación. Parece Standard & Poors.