El momento más delicado para la unidad nacional

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

12 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Guste o no guste, hay algo indiscutible: la Diada de ayer marcó un hito en lo que los nacionalistas llaman «construcción nacional de Cataluña». Y no pienso solo en la manifestación que abarrotó el centro de Barcelona: al fin y al cabo, una manifestación es un hecho puntual y nunca es plenamente representativa de la sociedad. Pienso en el tono antiespañol que rebosan las expresiones utilizadas estos días. Pienso en las encuestas en que hay mayoría de ciudadanos que votarían por la independencia. Y pienso, sobre todo, en la velocidad con que la idea de secesión ha calado en gran parte de la sociedad. Hace solo 35 años, la pancarta que aparecía en la prensa un día como hoy reclamaba «Llibertat, amnistía, estatut d?autonomía». La de hoy habla de Cataluña, «nuevo Estado de Europa». Hace nada, Carod Rovira escandalizaba al reivindicar la soberanía. Costaba aceptar el concepto nación en el preámbulo del Estatuto. Hoy, la palabra independencia forma parte del lenguaje común.

Esa es la realidad. Ante ella, podemos taparnos los ojos con la venda del supuesto chantaje de Artur Mas al utilizar la secesión para arrancar del Estado la soberanía fiscal. Podemos menospreciar el clima de opinión diciendo que esto es un vulgar problema de financiación y se arregla con dinero. Podemos alegar que los políticos catalanes quieren salvar su gestión a base de culpar a Madrid de sus fracasos propios, o de agitar con el eficacísimo e injustísimo eslogan de «España nos roba». Y podemos invocar el fantasma del victimismo, tan usado por los nacionalistas. No nos faltará razón en casi nada de eso, pero no cambia el diagnóstico: la idea de independencia avanza a toda velocidad, se le ha perdido el miedo y el ideal independentista integra a gran parte de la juventud. Se percibe con la lectura de la prensa catalana más solvente.

¿Por qué se llegó a esto? Por una endemoniada combinación de factores: los económicos que hemos apuntado; la educación de las nuevas generaciones; la manipulación política; el uso partidista de la historia; la comparación con el sistema fiscal vasco; la aparición de una nueva clase política sin memoria histórica; la falta de sensibilidad madrileña (también en los medios informativos) ante la singularidad catalana, y lo último y más eficaz: la identificación de España y crisis. Ante la decadencia de la marca España, el nacionalismo se encargó de ensalzar la marca Cataluña como alternativa.

¿Y ahora qué hacemos? Ignoro si estamos a tiempo de volver a encauzar la convivencia. De momento, a ver cómo se administra el grito masivo de ayer. Y a continuación, un modesto ruego: no traten de resolver esto con insultos, sino con razones. Está en juego la unidad nacional.