Once años han pasado ya, parece mentira. Da la impresión de que las terribles imágenes de los atentados del 11 de septiembre del 2001 son solo el recuerdo de una película de acción; sin embargo, como otros acontecimientos violentos, marcaron un antes y un después en la historia, iniciando un período de concienciación sobre un nuevo tipo de guerra: el terrorismo islamista. Como consecuencia de ello, un personaje hasta entonces casi desconocido, el anodino Osama Bin Laden y su oscura organización, Al Qaida, empezaron a ocupar los titulares. Y, una vez más, Afganistán se erigió como el foco de todos los males del mundo, tras casi haber desaparecido en la memoria como un frente de batalla más entre norteamericanos y soviéticos.
Hoy, once años después, Bin Laden ha desaparecido y Al Qaida se ha desmembrado en un gran número de células capaces de crear inseguridad y mantener en alerta a los servicios de seguridad de todo el mundo, mientras se apoderan de países del Tercer Mundo como Mali o Somalia. En Afganistán no gobiernan los talibanes, pero siguen manteniendo en jaque al precario sistema de Kabul. En Irak, la dictadura sanguinaria de Sadam Huseín ha sido sustituida por una democracia ficticia donde la violencia sectaria entre chiíes y suníes mantienen al país en guerra permanente, excepción hecha de la región autónoma del Kurdistán, en plena expansión. Millones de vidas destrozadas después, no parece que hayamos avanzando mucho?