Recetario para otoño

OPINIÓN

13 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

A unque el horno no está para bollos, los sindicalistas, los funcionarios y los políticos se han ido de vacaciones, y por eso estamos viviendo una espesa calma agosteña, presagio de un otoño plagado de sobresaltos. Por si alguien lo dudase, la mayoría de los protagonistas de ese otoño ya están aprovechando cualquier ocasión, incluyendo las crónicas frívolas, para darnos sus recetas para «salir de esta». Y he de confesarles que, visto el menú, se ponen los pelos de punta.

Primero están los sindicatos, que habiéndose abrazado a un discurso vacuo, autista, extemporáneo y peligroso, proponen salir en tromba a la calle, poner el país patas arriba, hacer más pareados que Zorrilla -«¡el próximo parado que sea diputado!»- y hacer inviable la política económica. El menú de los sindicatos se puede llamar «revuelto de funcionarios y liberados en salsa griega de yogur», y todo apunta a que, si no conseguimos reducir las raciones al tamaño de las del pulpo, se nos van a indigestar el otoño y el invierno.

El menú del Gobierno, muy conectado con la cocina internacional europea, parece muy apto para reponer los efectos de anteriores excesos, pero todo hace temer que su administración generalizada, sin estudios médicos individualizados, puede generar más ardores que un incendio forestal. A este menú le llamaremos «dieta Rajoy», ya que sus componentes esenciales son el ajuste calórico, mucho ejercicio, y un complemento vitamínico en grageas de colores. Y por eso se cree que, aunque pueda ser muy efectivo, va a ser, como cualquier dieta, difícil de hacer y mantener.

El menú de los funcionarios es como la comida china, ya que viene a proponer que hagan huelga de hambre los que tienen menos hambre, que protesten contra el desempleo los que nunca van a perder su trabajo, y que le devuelvan las pagas extras a los que están inmunizados -o casi- contra los efectos directos de la crisis. Es como si, en vez de ver la crisis de frente, la proyectásemos contra una sábana usando la técnica de las sombras chinescas.

Por último está mi menú, que más experimentado que las espumas de Ferran Adrià, se estructura y equilibra en tres platos y postre: una sopa de ajustes, que tomada caliente y en grandes sorbos se tolera mejor que morna y en cucharilla; una ensalada de estabilidad política y paz social, para separar los sabores y texturas de los dos platos extremos; y un revuelto de costes de la crisis hecho con ingredientes frescos y bien distribuidos, ya que los remedios retroactivos aumentan la acidez y exigen «pantoprazol» a esgalla. De postre propongo un helado de realismo financiero a base de tajo ibérico reestructurado recubierto con salsa europea de rigor amargo. Un menú poco apetecible, sin duda, pero también el más sano, barato y equilibrado. Así que, vista la carta, ya pueden empezar a pedir.