Conciencia, insolencia y paciencia

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

16 jul 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

B ienaventurados los mansos. Así señalaba la Iglesia católica la conducta del buen cristiano para con la autoridad que venía de Dios. Evidentemente, no se podía esperar mucho más de un país en el que la Inquisición actúa hasta el siglo XIX, y recordemos como el ilustrado Jovellanos se enfrenta con el Santo Oficio, que sigue, hoy en día, presente desde Roma, para la pureza doctrinal.

Si a esto le añadimos la mayoría absoluta del partido conservador en casi el pleno de las instituciones públicas de la democracia española, tenemos ingredientes para temer que tan solo los mineros sean capaces de rebelarse contra decisiones más a menos economicistas, que para ser austeros condenan a comarcas enteras a ser páramos de jubilados y gente con el perfil de esos parias a los que canta la Internacional.

Que no nos vengan con milongas. El Reino de España está intervenido. El modelo rezuma desconfianza hacia nuestra capacidad para cumplir compromisos inasumibles con la creación de riqueza y trabajo. Somos más pobres. Hemos retrocedido gravemente en calidad de vida fruto de los derechos sociales, que amenazan con desaparecer o transformarse en mercancías. La desigualdad entre capas del tejido social cada día es más evidente.

¿Hay conciencia social de lo que están haciendo con nuestro país y con los ahorros de las clases populares? ¿Alguien puede poner freno a la insolencia de hacer y aplicar al pueblo justamente lo contrario de lo que era dogma para la verdad y el cambio de Gobierno? ¿Cuánta paciencia hay que tener para soportar que las gamberradas de los ricos, especuladores, defraudadores, mandarines del sistema financiero, las paguemos los trabajadores?

Lo peor que le puede suceder a un barco en plena galerna es no tener patrón o que este desconozca el rumbo que conviene para salir del atolladero. No se puede estar dando bandazos a barlovento y sotavento. O que, como pasó con el Prestige, el rumbo lo establezcan con mando a distancia.

Esta crisis no sé si terminará con el euro. Lo que sí ha puesto en evidencia es la incapacidad de los dirigentes para afrontarla, tras más de diez cumbres «históricas» en las que parecen sufrir el síndrome de: «Vamos, mirar, de ver».

El problema no son tanto los gastos como los ingresos precisos para hacer las cuentas equilibradas. Si se castiga al bolsillo del que consume, habrá recesión crónica.