Por qué me enamoré de la señora Merkel

OPINIÓN

28 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Ayer era un día señalado para un nuevo batacazo de la bolsa. El INE había certificado 5.639.500 parados; Standard & Poors había rebajado hasta BBB+ la calificación de la deuda española; el FMI había denunciado la ocultación de activos contaminados que cuestionan la solvencia de nuestra banca; algunas autonomías se declaran incapaces de asumir el objetivo de déficit fijado para este año; la sanidad y la educación están en pie de guerra ante los recortes; algunas universidades están al borde de la intervención; el Ministerio de Fomento debate el cierre de algunos aeropuertos innecesarios; la UE denuncia inversiones irracionales hechas con fondos comunitarios; y los indignados dejan caer que la conmemoración del 15-M se hará con nuevas ocupaciones del espacio público.

Pero los problemas no acababan ahí. Porque el Real Madrid y el F. C. Barcelona habían sido eliminados de la Champions; Guardiola se declaró cansado y dejó a sus futbolistas huérfanos de glamur; el rey se lesionó otra vez y tuvo que interrumpir su abnegado servicio a España; Sarkozy no para de decir tonterías para volver a ser presidente de Francia; y una ola de revisionismo estratégico -auspiciado por demagogos, economistas dolarizados y gente que piensa que los créditos no se piden, sino que los imponen los banqueros- amenaza con dejar a medias tintas, entre el crecimiento y los ajustes, la política económica de la UE. Una verdadera ciclogénesis explosiva cuyos datos son apabullantes.

¿Y qué hizo la bolsa? Pues subir, claro. Subir de forma muy significativa (1,7 %), y cruzar con holgura la barrera de los 7.000 puntos. Cada vez que tal cosa sucede, los expertos usan el comodín del «aprovechamiento de oportunidades generadas por anteriores caídas», o del «incremento de beneficios anunciado por una empresa que fabrica cacerolas en Wisconsin», cuyo verdadero significado es el de «estamos despistados y no tenemos ni idea de lo que pudo pasar». Pero la explicación está, como tantas veces, en la política, de la que surge una lección de enorme trascendencia.

La bolsa subió ayer, contra corriente, porque Rajoy dijo -¡por fin!- que el ajuste fiscal «no es la política de la presidenta de un país; es la política de la UE, la política del euro, la política de un proyecto en el que todos estamos porque así lo hemos querido voluntariamente». Y porque la señora Merkel, harta quizá de demagogos de corto alcance, repitió la lección que hasta el mismo Hollande se sabe de memoria: «El pacto fiscal, firmado por 25 países, ya es innegociable».

Por eso declaro ser -¡con su perdón!- el último enamorado de la señora Merkel. Porque es la única política europea que, en vez de hacer surf sobre las olas de la crisis, yendo de aquí para allá, echó mano del timón y de las velas y marca su singladura contra el viento y las mareas.