El enojo de la señora

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

18 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

«La señora está enojada», dijeron los interlocutores argentinos al presidente de Repsol. Y, como la señora estaba enojada, no hubo nada que hablar, no quiso ver a un español ni en pintura y se abalanzó sobre la empresa. Naturalmente, nadie del Gobierno argentino y proximidades se atrevió a llevarle la contraria, porque los enojos de la señora son galácticos. Hay un poco de aire medieval en la expresión. Los interlocutores de Brufáu no adujeron razones económicas para explicar el cabreo de la gran dama. Ni siquiera razones patrióticas. Ni de desplante. Ni de falta de obediencia. El estado de ánimo de la presidenta argentina es en sí mismo una razón de estado, y el futuro de la nación, de las empresas y de los ciudadanos depende cómo se haya levantado esa mañana. Parece que Brufáu lo comprendió también así, y ni siquiera preguntó si había perspectivas de que a la señora se le pasara el enojo. Los enojos de la señora tienen que ser eternos, como la dimensión de su mandato.

Creo que la frase medieval explica perfectamente lo ocurrido: estamos ante una decisión personal, guiada por esos jovencitos que la acompañan. Perdón, me he quedado corto: estamos ante el capricho de una dama autoritaria que sueña con la segunda independencia de Argentina. Como tantos gobernantes de la historia, aspira a que las generaciones futuras la recuerden como libertadora de la patria, que arrojó de sus confines a unos ocupantes que esquilmaban su riqueza, se llevaban los beneficios del subsuelo y hacían no sé cuántas maldades más. Ese es el fondo de su discurso de explicación.

Ante una mentalidad así, no esperéis que ceda ante ninguna gestión diplomática. Que nadie invoque el daño que sus juegos con la seguridad jurídica le hacen a las inversiones en su nación, porque ella es la nación. Y que nadie confíe en una solución amistosa, porque es taimada y lo preparó todo desde hace meses para hundir el valor de las acciones de YPF. Lo suyo es un capricho, pero un capricho que sus equipos planificaron para obtener el patrimonio y una resonante victoria al menor precio posible.

Y no está sola. Hay mucho pueblo argentino con ella. Es todo ese pueblo que identifica la presencia de Repsol como una forma moderna de colonización. Capitalista, por supuesto. Ese pueblo ya tiene un argumento para no pensar en sus problemas: les han dado una causa nacional para entretenerse. Y sospecho, solo sospecho, que cuenta con algún respaldo de Estados Unidos, que espera coger algo en el reparto. No olvidemos que la señora habló con Obama. No olvidemos que estamos hablando de petróleo. Y no olvidemos que por petróleo se enviaron tropas a Kuwait, se hizo una guerra en Irak y se puede hacer otra en Irán.