¡Viva la Pepa y todas sus hijas!

OPINIÓN

19 mar 2012 . Actualizado a las 11:22 h.

D os siglos después de aquella hermosa utopía que fue la Constitución de 1812, la gesta de los constituyentes reunidos en Cádiz se agranda de manera extraordinaria, hasta dar la sensación de que no les hemos hecho la justicia que merecían.

España es un país tan maravilloso, y lleva tan bien sus amores rotundos y sus contradicciones radicales, que en el período de 1808 a 1814 pudo realizar tres procesos para los que otras naciones necesitaron un siglo. El primero de esos procesos fue la distinción clara y efectiva entre los ideales liberales que nos llegaban de la Francia revolucionaria y el imperialismo militarista que nos llegaba de la Francia napoleónica. Porque esa distinción portentosa nos permitió admirar y abrazar el progreso, y desear sus libertadores efectos, mientras toda España -desde Gerona a Bailén y desde Zaragoza a Ciudad Rodrigo- le plantaba cara al que entonces era el ejército más poderoso y moderno del mundo. Y por eso es una lástima que ni la ciencia histórica ni la tradición política hubiesen sabido relacionar esta contradicción con el nacimiento de la realidad actual de España.

El segundo portento tiene la fecha del 19 de marzo de 1812, y cumple hoy dos siglos de glorioso recuerdo, porque, en medio de aquella tragedia, y huérfanos de una monarquía secuestrada que entraba además en muy malas horas, fuimos capaces de redactar una Constitución liberal en plena guerra, de entrar en la historia de la modernidad entre las primeras naciones de Europa y del mundo, y de darle un giro interpretativo trascendente e irreversible al que había sido el mayor imperio del Renacimiento en Europa y América. Por eso es una pena que el bicentenario de hoy no sea celebrado al unísono por todos los españoles de «ambos hemisferios», a los que la Constitución de Cádiz puso en la senda de un nuevo régimen de dignidad, libertad y democracia.

Y el tercero de los milagros de Cádiz fue el de haber levantado la ola de liberalismo que, si en España se convirtió en el impulso cien veces abortado de la modernidad y la libertad, en América determinó los procesos de independencia y la formación de los numerosos Estados que hoy garantizan la fortaleza de la lengua y la cultura españolas, y el reflejo paradigmático de un mundo que, en medio de sus defectos y virtudes, y de sus abundantes paradojas, se conforma como uno de los polos más influyentes del presente siglo.

A pesar de su vida efímera y de sus tres proclamaciones azarosas -?reflejo dramático de las dos Españas que tantas veces nos helaron el corazón-, la Constitución de Cádiz fue una de las mejores páginas de nuestra historia. Porque a ella le debemos la llama que nos iluminó el camino tozudo de la modernidad, y porque en ella se refleja el orgullo de un pueblo que, aunque a veces a trompicones, nunca dejó de avanzar.