Tres años -uno bisiesto- con Núñez Feijoo

OPINIÓN

03 mar 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

E l PP de Feijoo no compite con el Imperio Carolingio, ni con el esplendor de los Austrias, sino con el PSOE y el BNG. Y por eso puede jactarse de ser el preferido por los gallegos durante los tres últimos años. Tampoco lucha el presidente contra los fantasmas históricos que lastraron el desarrollo de Galicia desde el siglo XVIII, sino contra una crisis global, de naturaleza financiera, que toca por igual a ricos y pobres. Y por eso puede presumir -y presume- de haberse adelantado a los recortes y de presentar balances fiscales muy próximos a los ideales europeos. Y tampoco le disputa el papel de primera estrella a Brad Pitt o Beckham, sino a Pachi Vázquez -¿o Elena Espinosa?- y Paco Jorquera. Y por eso puede atravesar la pasarela política gallega derrochando más glamur y más perfume que Naomi Campbell.

Tal y como ahora se entiende el éxito político -suma de victorias electorales, imagen mediática y capacidad de canear dialécticamente a la oposición-, Alberto Núñez es, a medio plazo, absolutamente imbatible, mientras su mediocre Gobierno bate récords de estabilidad, unidad y exportación de genios -y genias- a la política española. ¡Chapó, presidente, y que le duren la felicidad y el éxito!

Pero no sería yo politólogo si, en vez de preguntarme cómo le va a don Alberto y a su partido, no me preguntase cómo le va a Galicia y a los gallegos. Y en este punto tengo que decir, aunque la retórica de la frase parece anunciar otra cosa, que es posible que al país también le vayan las cosas como ha deseado que le fuesen, y que no veo a muchos ciudadanos esperando que pase el año que falta para volver a las urnas y rectificar su suprema decisión de hace tres años. La felicidad es, en términos matemáticos, la mínima distancia existente entre el lugar en el que estamos y aquel en el que deseamos estar. Y, con esta definición en la mano, Galicia es, o parece ser, un país muy feliz, o, como diría el propio Feijoo, un modelo presente de felicidad futura.

Pero? ¿no nos falta nada? ¿Nos va todo así de bien? Mi intuición me dice que no es oro todo lo que reluce; que la definición de la felicidad en términos comparativos solo es un puro consuelo de tontos; y que no haríamos bien si a estas alturas de la legislatura, a un año de las elecciones, nos dejásemos acariciar por el hecho de que el presidente es mejor que sus alternativas, que no vivimos peor que los andaluces, que tenemos menos deudas que los valencianos, que en Cataluña también cuecen habas, que si el PP lo gana todo debe ser por algo, y que lo de las cajas podía haber ido peor (aunque yo lo dudo).

Por eso quiero descubrirles dónde está el fallo. Lo que nos falta es un proyecto de país. Y así es imposible saber si nos va muy bien o muy mal. Solo sabemos, y quizá sea verdad, que con otro cualquiera habríamos ido peor.