Ángulo muerto

OPINIÓN

04 feb 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace ya un tiempo que los fabricantes de coches incorporan sistemas para controlar el ángulo muerto de los retrovisores: ese espacio que queda fuera del campo visual y del que emergen repentinamente otros coches, motoristas o incluso piedras inesperadas cuando uno está dando marcha atrás o cambiando de carril. El ángulo muerto produce una cierta angustia. Sin embargo, basta con un leve giro de cabeza para anularlo. Lo difícil es acordarse de que existe o querer girar la cabeza.

He leído estos días Historia de un alemán, las memorias de Sebastian Haffner correspondientes a los años entre la Primera Guerra Mundial (1914) y el triunfo de los nazis (1933). Haffner cuenta su juventud y la evolución psicológica de la sociedad alemana. Los paralelismos con nuestros últimos años son inquietantes, asustadores. En la página 169 decide responder a la llamada de un amigo judío y acudir a su casa: «No me desagradó la idea de haber sido convocado a algún sitio y así no tener que pasar el día en el ángulo muerto de los acontecimientos». Los nazis habían iniciado el boicot contra los judíos: él era ario y le repugnaba, pero no sabía cómo reaccionar. Describía así el peculiar estado de anestesia: «Están cometiéndose asesinatos como si fueran las travesuras de unos chicos malos, la humillación personal y el suicidio ético se aceptan como pequeños incidentes molestos». Lo que Hannah Arendt llamaría después «la levedad del mal».

Viviendo en el ángulo muerto, ocupados en llegar a fin de mes y arreglar nuestras cosas, llegará un momento en que la conciencia reclame y ya no tengamos a quién echar la culpa.

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