Política o politiquería

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

29 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

L a sociedad de las oportunidades. Un título para el capítulo que contiene la reflexión y el compromiso del socialismo español tras someterse al veredicto de las urnas y perder gran parte de la confianza del tejido social que les había dado el poder democrático. Hoy, más que nunca, Europa se debate entre dos modelos que se disputan el papel del Estado y su legitimidad para intervenir en los procesos sociales, máxime cuando estos forman parte de la dialéctica entre el mercado y el propio Estado.

Para los socialistas, los derechos sociales son conquistas que no pueden transformarse en mercancías. Ha llegado el momento de revisar no solo lo que se ha conseguido, o de criticar lo que el capitalismo siempre ha querido suprimir, liberalizar o privatizar, sino de establecer fórmulas que, partiendo de una fiscalidad progresista y de una economía social, inviertan eficientemente en el mantenimiento del Estado de bienestar y lo conviertan en nichos de empleo del sector terciario.

Evidentemente, el desastre económico que ha conducido al endeudamiento galopante de las Administraciones públicas, las tasas de paro que junto al envejecimiento poblacional han lastrado hacia el déficit las cuentas de la Seguridad Social, y la conducta del sector financiero, son motivos sobrados para que se necesitara urgentemente un cambio de Gobierno, de modelo y sobre todo personas preparadas para hacer frente a la tormenta perfecta del desastre que se había instalado. Pero pese a todo ello el socialismo no puede dejarse acomplejar, destruir, enmudecer, abatir en sus principios de libertad, solidaridad e igualdad de oportunidades.

Desafortunadamente, los preparativos del trigésimo octavo congreso más que hablar de política, hasta ahora, están en el espacio de la politiquería. No hemos aprendido nada de las asambleas de los indignados. Hay que desmontar los sistemas clientelares internos del partido para que fluya la espontaneidad y evitar que unos pocos controlen la voluntad de la mayoría, que necesita recuperar la confianza a través de nuevas y potentes ideas.

Decía Emilio Romero que no le gustaba un determinado político que seducía por ser «el rey del teléfono y el emperador del abrazo». A mí no me gusta, con la que está cayendo y la que se avecina en materia de recortes de los ahorros de la clase media y las clases populares, que el partido de los obreros discuta solamente sobre delegados.