Bofetadas en familia

| RAMÓN IRIGOYEN |

OPINIÓN

28 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

HACE diez años, el 40% de los padres españoles consideraban que no había nada mejor que una bofetada para educar a un hijo. Si el niño, por ejemplo, en un rapto de éxtasis, se cogía una rabieta y pegaba unos gritos, se le soltaba un bofetón y se le dejaba resentido para un buen rato, porque ya se sabe que los niños se reponen pronto, incluso de los malos tratos. Esta actitud paterna de una educación basada en la mano dura ha sido la tradicional: comenzó para nosotros en Atapuerca y todavía no pocos padres creen que azotar al niño es la mejor fórmula para criar una persona de provecho. Pero, por fortuna, cada vez hay menos padres bestias: en diez años, hemos pasado del 40% a un 25% de degenerados que todavía creen que se puede pegar a un niño. Hay que llamar a los delincuentes por su nombre: un padre o una madre que utiliza la violencia física en la educación es un delincuente. Es verdad que, en este terreno, el paleolítico artículo 154 del Código Civil todavía bendice la violencia de los padres contra los hijos al facultar a los progenitores para corregir a sus hijos «razonable y moderadamente». Y ¿qué se entiende por una corrección razonable y moderada? La misma ley lo dice bien claro: como se habla de corrección, el padre se quita la correa, pega un par de latigazos contra la pared y, cuando el niño está aterrorizado con esta exhibición circense, se le da una buena colleja en la mitad del cráneo y el niño tiene que agradecer a su padre el que, pudiendo haberlo desollado vivo, se haya limitado a una colleja razonable y moderada. Los propios jueces, dado que su misión es atenerse al cumplimiento de la ley, tienen que aplaudir este comportamiento paterno. Este nefasto articulito tiene ya los días contados. Un proyecto de ley de adopción internacional va a abolirlo para evitar ambigüedades y desterrar para siempre el castigo físico amparado por la ley. Educar a un hijo es casi tan difícil como enseñar a escribir sonetos a un ornitorrinco. Pero eso es ser padre: amar a los hijos y encontrar los métodos adecuados -y nunca violentos- para ponerles constantemente los muchos límites que necesitan.