Una campaña para olvidar

| PABLO MOSQUERA |

OPINIÓN

25 may 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

MARIÑANO por encima de todo. Centrado en mi país. Constructor de ciudadanía antes que militante político. Devoto de la libertad. Partisano de la dignidad humana. Estas afirmaciones me hubieran emocionado de haberlas escuchado a uno de los candidatos del territorio en el que estoy empadronado. Todos se ven ganadores y puede que hasta perdiendo sigan afirmando que ganaron o que la culpa la tiene la conspiración judeomasónica mediática que hipnotiza al ciudadano. De esta manera nadie tendrá la tentación de dimitir. Nadie se acuerda de las listas abiertas. Nadie se acuerda de las declaraciones transparentes y técnicamente eficaces de los bienes propios patrimoniales con los que los nuevos cargos municipales llegan a las instituciones. Nadie mantendrá que si no cumple la palabra dada en forma de promesas y compromisos se irá a casa sin perder un segundo. Mientras, los altos mandos con despacho en Madrid harán extrapolaciones. Pero a ninguno le preocupa si, con las barbaridades que se han dicho, han logrado ahuyentar la participación ciudadana. Sólo cuentan los votos emitidos. Cuando les preguntan por los independientes, sonríen maliciosamente. «¡Ya nos ocuparemos para que desaparezcan!» Y, sin embargo, son semilla de rebeldía frente a la dictadura de la partitocracia. Primero fueron Ciudadanos de Cataluña, ahora distinguidos luchadores en Euskadi por la libertad anuncian otra formación política, que le enmiende la conducta a la izquierda oficial, de lujoso despacho y coche oficial. Sigo esperando el renacimiento. La llegada a los ayuntamientos de otra generación de políticos, como aquella nueva frontera de Kennedy, capaces de darle otro sesgo a la democracia. ¿Qué tendrá que ver el recuerdo de la guerra civil española con la traída de agua, el alcantarillado, los puntos negros de la red vial o las listas de espera de la sanidad pública? A no ser que alguien lo sacara a colación para evitar que siguieran las escandaleras de las mordidas urbanísticas, extendidas por toda la geografía, aunque señaladas como malayas en tierra de María Santísima.