El partidismo de desgaste y la clave de país

OPINIÓN

06 nov 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

UNA DE LAS IDEAS más repetidas en la democracia española es la que pone en contradicción el partidismo, y las trifulcas que el partidismo conlleva, con la buena gestión del interés público. Cada vez que aparece un problema serio -el terrorismo, la guerra, la inmigración, las intervenciones humanitarias o la reforma educativa- lo primero que hacen nuestros políticos es renegar del partidismo, invocar el interés del país y pedir que la oposición se sume al Gobierno con sacrosanta paciencia y borreguil entusiasmo. Pero yo, que nunca viajo por caminos trillados, quiero proclamar lo contrario: el derecho y la obligación de discutir sobre lo importante, la necesidad de que las oposiciones no sean cómplices del Gobierno en asuntos como el GAL o la guerra de Irak, y la correcta actitud de un parlamentario que le saca los colores al Gobierno por algo tan espeluznante como el Prestige o los incendios forestales. Los comentaristas, si queremos, podemos ser indulgentes. Y el pueblo, si lo desea, también. Pero la oposición -o sea, el partido de enfrente- no tiene derecho a ser generosa, porque todo cuanto se le paga desde el erario público está destinado a garantizar la existencia de un debate contradictorio del que puedan extraerse ideas para gobernar. Cuando Bush y Aznar invocaban el patriotismo de sus oponentes para bombardear a manos llenas, se me enervaban los nervios. Cada vez que escucho a Zapatero decir que él nunca discutió la política antiterrorista de Mayor Oreja me parece que hace presunción de un disparate tremendo. Y cuando recuerdo que algunos colegas apoyaban las reformas educativas de Pilar del Castillo por puro patriotismo, también creo que cayó muy baja la cotización de la patria. Pero todo eso me duele menos que escucharle a Suárez Canal -«tu quoque, fili mihi!»- el rancio argumento de la «clave de país», como si pedirle cuentas por los incendios fuese malo, y como si el silencio cómplice fuese una actitud creativa. Si tanto les fastidia el partidismo, que se vayan del partido, funden una plataforma ciudadana, y prediquen desde los púlpitos el gobierno de los buenos (eso que Aristóteles llamaba aristocracia). Pero si somos demócratas, y creemos en los partidos como vehículos de participación y control, no tiremos piedras contra el propio tejado, y lejos de invocar el silencio de los corderos despertemos la santa indignación de los hijos de la libertad y del pluralismo. Aunque no estoy con los que acosan a Suárez Canal, ni con los que rechazan de plano el proceso de paz en el País Vasco, necesito que existan, pido que existan, y pago impuestos para que existan. Porque, si se trata de hacer tongo en los combates, prefiero la lucha libre.