El cura irlandés

| ANXO GUERREIRO |

OPINIÓN

A VIDREIRA

18 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

ESTOS días está entre nosotros un singular personaje, el sacerdote Alec Reid, a quien se le atribuye, a mi juicio erróneamente, un importante papel mediador en el conflicto de Irlanda del Norte. En su periplo español, el veterano clérigo redentorista irlandés realiza pronósticos sobre el final de la violencia, se permite dar recomendaciones y consejos a las diversas fuerzas políticas, ofrece fórmulas y recetas para acelerar el proceso de paz y, justo es reconocerlo, está cosechando un inesperado éxito de público y crítica. Espero, sin embargo, que ni el Gobierno ni las principales fuerzas políticas acaben deslumbrados por las opiniones de este controvertido personaje. Porque la historia de Alec Reid es bien conocida. Como el líder del Sinn Féin, Gerry Adams, ha reconocido, utilizó a Reid para que éste convenciera al nacionalismo constitucional, representado por Hume y el Gobierno de Irlanda, de la necesidad de crear un frente nacionalista a cambio del cese del terrorismo. Tal fue el mensaje -o el chantaje- que transmitió este cura de cuyas buenas intenciones curiosamente pocas personas dudan y que desde hace años asesora a Elkarri tras haber sido, según el sindicalista nacionalista Germán Kortabarría, uno de los promotores y redactores de la Declaración de Lizarra . En realidad el objetivo que Reid perseguía era muy claro: suplir la debilidad y la marginación progresiva del IRA -y de ETA- con la construcción de un frente nacionalista tutelado por la pervivencia de una organización armada, aunque ésta abandonase, al menos temporalmente, el uso de la violencia. La historia reciente de Irlanda del Norte y del País Vasco demuestra fehacientemente que el proyecto de Alec Reid ha fracasado rotundamente. Como han admitido destacados dirigentes del IRA, si hubiesen sido capaces de derrotar militarmente a los británicos no habría habido proceso de paz. Por lo tanto, el objetivo de la paz no podía conseguirse a través del diálogo que proponía Reid desde mediados de los años ochenta, sino que obligaba a demostrar que las aspiraciones del IRA -y las de ETA- no podían lograrse mediante el terror. Únicamente ante la demostración de que la violencia resultaba ineficaz estuvo el IRA -y ETA- dispuesto a abandonarla. Es decir, no fue el diálogo el puente que condujo al final de la violencia, sino la presión política, social, policial y judicial que logró arrinconar al IRA -y a ETA-forzándoles a aceptar lo que durante decenios habían rechazado. Por el contrario, el proyecto que sostenía Reid sólo reforzaba la creencia de que la violencia era eficaz, alimentaba la división de las fuerzas democráticas y transmitía que el IRA -y ETA- podían obtener a través del diálogo la legitimidad de la que, evidentemente, carecían. Nada más lejos de mi intención que hacer un juicio de valor sobre las intenciones que alberga Alec Reid con su desbordante actividad política en nuestro país. Sostengo simplemente que sus antecedentes no le otorgan precisamente la credibilidad que algunos parecen dispuestos a reconocerle.