La viga del ojo propio y la paja del ajeno

| XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS |

OPINIÓN

17 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

DECIR QUE Fraga fue ministro de Información y Turismo en la dictadura de Franco no es un insulto. Puede ser molesto y estéril, y es, en cualquier caso, una pérdida de tiempo. Pero decir la desnuda verdad histórica jamás puede ser una ofensa, ni siquiera para quien quiso convertir las victorias electorales en una indulgencia plenaria sobre su biografía. Por eso le recuerdo al Partido Popular que «el que se pica ajos come», y que carece de todo sentido el aprovechar una nota de prensa de la Casa Rosada para montar el espectáculo del opositor ultrajado y agraviado, o del presidente irresponsable que no se parte la cara con Kirchner para desagraviar a Fraga. Lo que sí parece un insulto es llamarle «bobo solemne» al presidente del Gobierno de España, o tacharlo de cobarde, caradura, irresponsable, frívolo, antojadizo, veleidoso e inconsecuente. Y de ahí que suene a pura provocación el que Núñez Feijoo, que milita en el partido más insultador de la historia de España, le exija responsabilidades a Pérez Touriño por algo que no dijo, que no constituye un insulto y que es la pura verdad. Es el mundo puesto al revés. Aunque poseo una amplia experiencia en insultos recibidos, que en una parte importante procedieron del PP y del propio Fraga, no considero los improperios como una cuestión política grave, y en modo alguno comparto la idea de que, a base de propinarse lindezas y desmesuras, se pueda llegar a una situación tan crispada y tensa que ponga el país al borde del colapso. Lo único que está probado es que, en toda sociedad culta y civilizada, el insulto sistemático sólo daña al que lo practica, y que, entre las muchas cosas que pueden decirse de Pérez Touriño y Rodríguez Zapatero, en modo alguno tiene cabida la idea de que sean descorteses y crispadores, o se comporten como verduleras. Desde que pasó lo que pasó, allá por el 14 de marzo del 2004, el Partido Popular ha demostrado que es capaz de negar las evidencias, descalificar a la policía, sospechar de la integridad de los jueces, deslegitimar las instituciones, insultar a todo quisque, proclamar innúmeras catástrofes, recurrir de forma abusiva a la inconstitucionalidad preventiva, añorar la unidad de los hombres y las tierras de España y embestir de forma irracional contra todo lo que se mueve en el área de las reformas constitucionales y estatutarias. Pero si fuese yo el encargado de hacerle un diagnóstico de imagen y salud democrática, no mostraría preocupación por nada de lo dicho, y pondría toda mi atención y todas mis advertencias sobre la mala conciencia que renace en sus líderes cuando se les menciona a la dictadura de Franco. Porque algo debe tener el agua cuando la bendicen.