Reforma estatutaria, divino tesoro

| ROBERTO L. BLANCO VALDÉS |

OPINIÓN

12 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

LA REFORMA estatutaria que se divisa en cercananza es, si se me permite la licencia, como un poema modernista: todo el mundo está dispuesto a concederle mucho mérito, aunque casi nadie entiende su sentido. Así sucedía con los poemas de Rubén Darío, rey del modernismo: que, aunque admirados, eran incomprensibles para el pueblo. En su Responso a Verlaine , la musa rubeniana llevaba al poeta, por ejemplo, a versificar sobre el sacro propileo, el líroforo celeste, la virgen náyade y el pájaro protervo. ¡Ahí es nada! Tanta llegó a ser la opacidad de la lírica del gran nicaragüense que, según se cuenta, un joven antimodernista lo increpó en cierta ocasión públicamente cuando el bardo, comenzando una estrofa del Responso, recitó: «Que púberes canéforas te ofrenden el acanto...». «¡Solo he entendido el que !», proclamó airado el joven, al parecer, en respuesta al gigante de Metapa. Algo similar deben sentir los gallegos que contemplan atónitos las evoluciones de la prometida reforma estatutaria. Es decir, la inmensa mayoría. Los blindajes competenciales, estatutos nacionales, agencias tributarias o competencias excluyentes vienen a ser en el discurso político gallego de comienzos del siglo XXI algo así como los pájaros protervos, las siringas agrestes y las púberes canéforas en el discurso poético de comienzos del siglo XX: material destinado a apartar de un plumazo del debate estatutario -como antes del poético- a todos aquéllos que no están en su secreto. Y es que, hasta hoy, ese debate sigue siendo una gran operación sobre cuya utilidad nadie se ha dignado a dar una sola explicación. Nada hay, por supuesto, que oponer a que las leyes se reformen si existen motivos para ello. Pues bien, el único aducido de momento es que el parlamento gallego debería llevar a cabo la reforma estatutaria «para no quedarse atrás». Es decir, porque otros la han acometido previamente. Lo que no resulta una razón de mucho peso si se tiene en cuenta que esos otros lo han hecho por idéntico motivo: porque la reforma se inició en su día en Cataluña. Llevado tan absurdo razonamiento a sus verdaderas consecuencias vendría a resultar, así, que los Estatutos van a reformarse en España, uno por uno, porque así lo ha decidido Maragall, que fue, quien con la intención de ganar unas elecciones que luego no ganó, echó a rodar la bola de nieve que ahora corre de norte a sur y de este a oeste. Como Darío la juventud, Maragall ha considerado un divino tesoro su reforma estatutaria. Y todos le han dado la réplica con una obediencia más propia de borregos que de líderes políticos. Una especie ésta, claro, amenazada en España de extinción.