Creíbles

La Voz

OPINIÓN

CARLOS G. REIGOSA

13 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

SIEMPRE TUVE debilidad por los escritores que encararon el absurdo de la vida sin embaucar a nadie con inexplorables o extrañas expectativas. Por eso me gusta el Albert Camus que dijo: «Sólo sé que el hombre muere y no es feliz». Y me gusta el Samuel Beckett que puso en un escenario a dos parias esperando a un Godot que nunca llega. Y me gusta el Eugenio Ionesco (a cuyo entierro asistí en París) que se pasó la vida preguntándole a la muerte «¿por qué?», «¡toda la vida intentando aprender a morir, sin éxito!». Y todavía considero un privilegio haber oído de boca de Juan Carlos Onetti que «la gente nace y muere sin enterarse ni por qué ni para qué, y esto es lo que hay». Reconozco que para mí tienen un plus de credibilidad al confesar lo poco que es posible saber, lo infructuosas que fueron sus indagaciones y la naturalidad con la que aceptaron sus limitaciones (excepto Ionesco, que probablemente aún sigue escribiendo en su diario: «Quiero vivir todavía, quiero vivir todavía»). No sé si tienen razón, pero nunca me sentí engañado por ellos. Nunca pensé que quisieran llevarme a ningún huerto. Tienen esa suprema habilidad de ponerse a la altura de uno aún estando por encima. Por eso los sigo queriendo. Porque me parecen creíbles.